Ahora estoy en Madrid, con la mirada puesta ya en el siguiente gran acontecimiento que se avecina.
Hoy me he dejado acoger por un hermano muy querido que me ha recibido con todo su cariño y ha sido un día muy tranquilito, lleno del descanso que tanto necesitaba; un día Off de esos de los que a uno le hace falta de vez en cuando, especialmente después de toda la tensión y el nerviosismo de estos días atrás y de los que ya hablé en otra entrada.
Desde la serenidad de la jornada reviso todos los acontecimientos recientes, los pasos dados; las dificultades superadas; lo reflexionado y rezado; las conclusiones de todo ello. Reviso y, a la vez, lanzo la mirada al futuro.
El otro día, el Maestro de la Orden nos animaba a los frailes a seguir a Jesús; al Señor que no tiene un techo ni una casa en la que cobijarse… a salir de nuestras casas, a no buscar lo conocido y seguro. No sólo sus palabras, también la personalidad y hondura de fray Bruno me cautivaron profundamente, y desde ahí quiero poner mi mañana en las manos de Dios.
Un salir hacia fuera, un adentrarse en la incógnita, un abrirse al misterio propio, al del ser humano y al de Dios que no puede hacerse si lo interior, lo profundo y lo conocido no está fuertemente arraigado en la roca; cimentado con firmeza en el Señor.
Así es un poco esta aventura apasionante del Evangelio, un doble camino hacia la altura y hacia la profundidad, ambos con un mismo origen y una meta común; así es también nuestra vocación OP un tenso equilibrio, una armonía de contradicciones.
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