Hoy el día no ha terminado muy bien, las decepciones se han multiplicado a mí alrededor y nada ha acabado siendo como me esperaba y ahora mismo me encuentro ofuscado y lleno de desilusión.
Mientras escribo descubro en mi interior ese mal humor y esas ganas de pasar de todo que seguramente a casi todos nos resulta familiar. Si no tuviese que responder a mi compromiso personal con el blog, a lo mejor me acostaba y esperaba a que mañana se me hubiese pasado y las cosas se viesen de otro color, pero no es así: estoy aquí sentado frente al ordenador, y me encuentro ante la posibilidad de pasarlo todo por el corazón, la mente y la oración.
En lo primero que pienso es en mi propia responsabilidad ante lo ocurrido, en que desde el principio podía haberme expresado ante lo que me parecía injusto; frente a la falta de reconocimiento que sentía… seguramente así, comunicándome en lugar de tragar, habría evitado que me invadiese el enfado me invadiese.
Desde ahí, trato de comprender y relativizar las culpas ajenas… y poco a poco, voy sintiendo que la paz interior va ganando terreno.
La siguiente reflexión es que lo ocurrido ya no tiene remedio, que la vida no se puede rebobinar; que lo que sí puedo hacer es perdonar y pedir perdón; asumir las circunstancias y tratar de disfrutar lo que se pueda de la coyuntura resultante.
No tiene sentido acostarme con el mal cuerpo encima, aún estoy a tiempo de aprovechar lo que queda de noche y de las personas a las que quiero y que tengo al lado.
Y así, escribiendo, a lo tonto… se me está pasando la mala sangre y me siento mucho mejor. Lo de esta noche no ha sido más que una sucesión de tonterías, vale, pero no es menos cierto que, muchas veces, algunas de esas tonterías nos hacen sufrir gratuitamente y encima acaban fastidiandonos la vida y las relaciones. Merece la pena tomarse un momento para encomendarse a Dios y levantarse, resolver, perdonar, buscar la paz…
A veces yo también me enfado,¡y mucho!.Quienes me rodean me dicen que eso no es una actitud cristiana.Y entonces...
ResponderEliminarMe freno... y el enfado no se desvanece sino que me viene el recuerdo de Jesús con el látigo en la mano echando a todos del Templo. Y me digo "si Él llegó a enfadarse... ¿acaso voy a ser yo la perfección que Lo supere?"
Y seguidamente se me empiezan a "bajar los humos" e intento analizar qué es lo que de verdad está fallando en mi entorno y a pensar que no llego a ninguna parte con mi actitud.
¡¡¡Pero el derecho al pataleo lo tenemos todos!!!
Recuerda que por muy tortuosa que sea la tormenta, tras ella viene la calma.¡Ánimo!
¡Ay! Cuántas, y cuántas veces, nos ocurre...
ResponderEliminarY nos vamos a la cama, con ese mal sabor de boca, sin enjuagar y al menos intentar relativizar...
En la mente, aumenta y aumenta y el pequeño granito, se hace una montaña.
Gracias por tu reflexión. L.