No sé muy bien que me pasa hoy: no sé muy bien que contar esta noche. No es porque me falten los motivos de inspiración, todo lo contrario.
Podría hablar de lo que me ha hecho llorar y pensar una película presuntamente infantil; de las despedidas y los encuentros; de lo mucho que está pasando en Somalia y lo poco que nos hablan de ello; de si está todo mal (como dice un anuncio) o si la esperanza brilla en todo; de las añoranzas; de las ganas de empezar a poner en práctica mis proyectos; de caminos y paisajes, fríos y calores...ya digo, mil cosas que siento y vivo y se me agolpan por dentro.
Supongo que eso es lo que ocurre, que hoy me siento incapaz de decantarme por una sola cuestión, como que es la vida entera la que me ronda, la que se me presentacon toda su complejidad.
De vez en cuando, aún te puedes encontrar con algún anticuado que te refriega aquello de que la religión es el opio del pueblo y que aliena al personal. No sé si era así hace cien años, puede que sí en gran medida, ( la Iglesia ha sabido encajar todas las críticas que recibió de la filosofía de la época y, gracias a eso, corregirse y avanzar)pero hoy no tiene ningún sentido esa acusación, todo lo contrario.
La fe en el Señor Jesús nos exige que tratemos de acercarnos a este mundo nuestro así, íntegramente, que tratemos de comprenderlo en sus raices; que hundamos nuestros pies y nuestras manos en su barro, que adornemos el rostro y el corazón con su belleza; que lo transformemos a golpes de amor.
Lejos del sometimiento, la pasividad o el estancamiento, el ser creyente de verdad supone -entre otras cosas- inteligencia, coraje, valentía y compromiso (o, por lo menos, que crezcamos en ello). Una auténtica aventura apasionante, un gran desafío en el que nosotros, los creyentes, estamos inmersos; no porque seamos superhéroes, sino porque caminamos a la luz del Espíritu, porque se nos ha entregado el poder del amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario