Hoy hemos terminado las felices celebraciones de estos días con la primera eucaristía de uno de mis hermanos. Me ha regalado el honor de predicar en esta ocasión.
Yo le preguntaba qué estaba haciendo con su vida, porque él es el mismo que era hace dos días, con las mismas grandezas y miserias, pero ahora ya nada es igual que antes, ahora le ha cambiado la vida toda. No por él, no por arte de magia, sino por todos nosotros, por la fe de todo el pueblo de Dios. A partir de ahora, por la fe, todos verán en él a Jesucristo de una forma especial y eso irá conformando, desde ya, toda su identidad.
La respuesta es que está haciendo algo muy grande con su vida, ser sacerdote no tiene nada de abstracto, es algo muy concreto, palpable y cercano; es estar siempre junto a las personas, presente en su presente, conmoviéndote con sus alegrías y estremecido con su dolor, amando todo, dejando que el otro se vaya llevando poco a poco, día a día tu vida, entregándola con generosidad. Es tratar de construir paz y justicia, ser cauce de diálogo, de acogida y respeto en cada espacio en el que estemos.
Es vivir en el espíritu, en el amor, en lo definitivo, en lo eterno e inmortal, no en la carne, no en los reconocimientos, en el aplauso fácil, en los honores…vivir en el espíritu nos vivifica, extiende la vida alrededor… por eso es vivir siempre con alegría.
Felicidad es la respuesta a la pregunta realizada, eso es lo que mi hermano está haciendo; haciendo y siendo felicidad para todos. Esta noche felicito a todo el pueblo de Dios porque se nos han regalado nuevos y buenos sacerdotes.
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