Para un urbanita empedernido como yo, es todo un lujo poder disfrutar de un día de campo como el que me he pegado hoy: Familia, una exquisita comida castellana, un tiempo perfecto y naturaleza… ¡sencillamente genial!
Mientras disfrutábamos de una deliciosa cochinilla asada hablábamos de los antepasados familiares, de las historias del pasado, de los parentescos, de los orígenes de los tíos y primos que compartíamos el momento. Mientras tanto, la atención no se despegaba del más pequeñazo de la familia que, con sus monerías, era la gozada de todos.
Así es la vida, nos hacemos mayores, la vida se va conformando con nosotros; unos se marcharon y nos acompañan desde el cielo mientras que otros se van incorporando al viaje.
Después de la sobremesa, me retiraba un poquito a disfrutar de la paz y la brisa campestre… me sobrecogía ante la frondosidad de los árboles que parecían danzar al son del viento, unas veces más suavemente y en otros momentos con más energía; el cielo inmenso y claro, vestido de nubes multicolor, se extendía sobre mi cabeza; la infinita variedad de flores y de insectos a mi alrededor, inmersos en su perfecto ir y venir; la mirada tierna, profunda y misteriosa de un perro que se queda contigo para que lo acaricies; la música alegre de los pájaros… he respirado profundamente, he cerrado los ojos y me he dejado acariciar por todo eso, por la imponente naturaleza.
Mientras, recordaba las historias de mis bisabuelos, la sonrisa del pequeño Rodrigo, y me descubría inmerso en el misterio; parte integrante de ese gran concierto de la vida, de la hermosa sinfonía del universo.
Qué difícil es –en medio de la naturaleza- no rezar o, no sentir el encuentro con Dios; o, al menos, sobrecogerse, dejarse cuestionar.
Cuando uno se sitúa frente a las maravillas de la creación, se descubre tan insignificante, tan fugaz…
Somos poca cosa, reducidos, efímeros, sí, pero también únicos e imprescindibles. Nada ni nadie puede desempeñar la función que a cada uno le corresponde en la melodía del cosmos y la historia, por eso, nuestro interior contiene también toda esa belleza y grandiosidad… así nos quiso, nos quiere y nos sueña nuestro Dios.
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