Aunque uno está de vacaciones, los problemas y las dificultades no. En estos días me persigue una situación difícil.
Me está resultando muy duro responder a las circunstancias, porque es uno de esos casos en los que lo mejor que puede hacerse es precisamente no hacer nada… y eso cuesta.
Cuando las cosas y las personas nos importan, lo que nos pide el cuerpo es ocuparnos de todo, intentar tener todos los cabos bien atados, prever cualquier posibilidad… pero con frecuencia no es esa la mejor solución, porque así impedimos que los que nos importan crezcan, aprendan, sean ellos mismos: les impedimos en su libertad.
La mayor parte de las veces, lo más adecuado es no actuar; permanecer cerca, sosteniendo, pero sin intervenir. Puede que nos aterren los peligros que pueden sobrevenir, que nos atemoricen las distintas posibilidades, el daño que pueden sufrir los que queremos; que esos miedos nos empujen a dirigir y controlar, a usurpar las decisiones y la vida de los otros…
Pero es preciso controlarse, callar y confiar; aguardar en la fe en los hermanos y en Dios.
Esta experiencia es profundamente humana, íntimamente ligada al amor y, por eso, es también profundamente divina.
Así es como debe sentirse también Dios cada vez que nosotros nos empeñamos en afanes equivocados, en cada decisión que nos orienta irremediablemente hacia la oscuridad; en todas esas circunstancias ante las que no quiere ni puede hacer nada más que confiar en sus hijos e hijas, esperar a que aprendamos y reorientemos nuestro camino.
Tener presente ese sentimiento, nos puede ayudar en cada circunstancia de la vida en la que parece que no llega la intervención que esperamos por parte de Dios. Cuando parece que Él está callado o ausente, podemos recordar que, en realidad, nuestro Padre está confiando, esperando en nosotros. Está teniendo fe en que podemos crecer, salir, solucionar, ser… que, por tanto, hay una respuesta a nuestro alcance.
Yo, ahora, tengo que esforzarme en hacer lo mismo, es necesario “no estar”, aunque es posible que ese silencio no se entienda o acepte… es desde ese silencio desde donde, ahora, puedo hacer lo mejor.
Que palabras tan hermosas estimado Padre. Sin duda llevas razón en que a veces uno tiene que retirarse, quitarse y dejar volar y crecer para que la vida nos enseñe, para ser libres. Sin embargo muchas veces aquel que crece y vuela necesita de nuevo a su padre no porque lo haga mal sino porque no le dejan enfrentarse a las adversidades del futuro. En ese momento hay dos actitudes:
ResponderEliminar1.- La del hijo, que humilde y sobre todo maduro es capaz de volver a casa del padre para desde ahí tomar aire, aprender y seguir siendo libre.
2.- La del padre, que alegre recibe a su hijo con las manos abiertas y le hace un banquete en su nombre.
No imagino al padre en la parábola del Hijo Pródigo quedándose parado, no puedo imaginármelo. Igual que no me imagino a mi padre quedándose parado ante un problema mío y ya llevo años fuera de casa. Hasta Dios, ejemplo máximo de libertad, intercede por la humanidad.
No es cuestión del padre sino del hijo la de volver a casa, la cuestión del padre es aceptar a su hijo, abrir los brazos y decidle "Cuenta conmigo".