De vez en cuando, amanece un día “raro”, en el que nada parece ser como
habitualmente es. En este caso, he tenido la sensación como de si el resto del mundo se hubiese detenido,
todo ha estado muy tranquilo y he podido dedicarme a estudiar.
En esa serenidad he pasado las horas casi sin enterarme; con el alma
envuelta por el abrazo de Dios y ahora, antes de dormir ese calor continúa
arropándome.
El día de hoy ha sido un regalo inesperado, que además me ha hecho ver que
tengo que buscar ocasiones así con más frecuencia; ralentizar el ritmo de todo
para gustar en profundidad el amor… porque los brazos del Señor siempre nos
están rodeando, continuamente abiertos, pero nosotros somos los que no nos
detenemos de vez en cuando a saborearlo.
Siempre me digo a mi mismo que todo es demasiado importante, que nada puede
esperar, porque lo que me reclama sin parar son los asuntos relativos a seres
humanos, a mis propios hermanos. Imagino que a todos nos pasa lo mismo, sea
cual sea nuestra situación: la familia, la pareja, el trabajo, los estudios…
todo parece urgentísimo e imposible de aparcar por un rato.
Lo que tendríamos que comprender del todo –y yo el primero- es que cuando
nos detenemos para vivir un tiempo en intimidad con Dios, no nos estamos
alejando de ninguno de los afanes de nuestra vida; no escapamos de nada ni
nadie, sino todo lo contrario… cuando percibimos y gozamos la ternura y la intensa pasión con la que nos
rodean los brazos del Señor, nosotros mismos estamos abrazando igual a la
humanidad entera; su mirada nos enseña a
mirar también a nosotros y nuestro corazón se enciende para poder seguir dando
amor.
q pasada el dibujo...sientes al verlo todo lo q expresas al escribirlo
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