domingo, 6 de mayo de 2012

6 de mayo. ¿CONMIGO?




Esta mañana, en la misa de doce,  me tocaba entrar a explicar el evangelio del día a los niños. Ya he contado muchas veces lo bien que lo paso con ellos y lo que me impresionan las cosas que dicen; hoy, además, se han portado de fábula y su comprensión de la Palabra, sobrecogedora.

Podemos pensar que ellos lo ven todo muy simple; que no pueden contar con nuestro realismo;  con las cosas que los fracasos, las decepciones y miserias de la vida nos han ido enseñando con el tiempo… pero seguramente ahí está su ventaja.



“Yo soy la vid, vosotros los sarmientos, permaneced en mí y yo en vosotros.

 Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.

 Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él; ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada.”




Hablábamos de todo esto; de que había que dar frutos de amor y uno de ellos decía que había que cambiar y ordenar el mundo, con esos frutos cuando otro replicaba “eso no es tan fácil; si nos cuesta recoger el cuarto cuando nos lo mandan ¡como vamos a hacerlo con el mundo!”

Hasta ahí podemos decir, “bueno, han caído en lo que todos sabemos” pero entonces un tercer chaval le contestó “¡por eso hay que estar unidos a Jesús! Porque sin Él no podemos…”

El diálogo continuó con una pregunta “pero ¿para cambiar el mundo hace falta que todas las personas de la Tierra estén unidas a Jesús? O ¿basta con unos poquitos o uno sólo?”

Una de las más pequeñas concluyó: “yo pienso que con que lo hagamos nosotros ya se empieza y cuando los demás vean lo felices que somos así se irán apuntando”.

Esta conversación infantil nos delata a muchos de nosotros, los adultos. Pone en evidencia esa actitud de aguardar a que sea otro el que empiece, el que salte primero. La sencillez de los críos  nos enseña que no hay por qué esperar para fortalecer nuestra fusión con Jesucristo; para construir y anunciar el reino; que ninguna excusa es lo suficientemente buena como para demorar nuestro acceso a la felicidad.

1 comentario:

  1. Mª Carmen Martínez Revillas6 de mayo de 2012, 23:44

    Los mayores jamás deberíamos dejar de aprender de los niños. Con su sencillez nos hacen darnos cuenta de lo egoítastas y cómodos que nos vamos volviendo.

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