Acabo de regresar de un viaje un poco más largo que de costumbre.
La verdad es que al principio me daba bastante pereza arrancar: todas las
cosas y los trabajos que tengo pendientes, o el echarme tantos kilómetros a la
espalda en tan poco tiempo; y también tenía mis miedos a las posibles
dificultades que se podían presentar, a dejarme olvidado en casa algo que me
fuese a hacer falta…
Pero bueno, a pesar de todo, me preparé la mochililla una vez más y me puse
en marcha.
Nada más salir, comenzaron las sorpresas, los imprevistos compañeros de
viaje (unos más agradables que otros), los paisajes que no me canso de mirar,
alguna cabezada que te deja el cuello dolorido, algo de esperas, las distintas paradas, los enlaces…. Y al final del camino,
de nuevo la magia del rencuentro, los abrazos, la alegría reflejada en las caras de los que quieres, la tierra que llevo
agarrada en el corazón, los recuerdos de toda una vida… la paz y la seguridad
de tu “hogar universal”.
Y vuelvo cansado, sí, pero contento y renovado, con las ilusiones
encendidas y la alegría dibujada en el alma… justo a tiempo para celebrar en mi
parroquia la fiesta del Espíritu, Pentecostés.
Ese Espíritu que precisamente es puro dinamismo y novedad, porque es el
Espíritu del Amor de Dios: sólo en el Amor podemos mantenernos unidos a la vez
que cultivamos la diversidad, las riquezas individuales; únicamente en Él es
posible vencer las perezas y los miedos; en Él es donde está lo que somos,
nuestra casa sin paredes.
Porque el que quiere dejarse llevar por el Amor no puede pensar que ya
tiene bastante…¡siempre quiere más!, es incapaz de instalarse en nada ni nadie creyendo
que ya ha alcanzado la meta… ¡sabe que aún queda mucho por vivir y descubrir!;
no se apolilla ni acartona jamás… ¡todo
es tan permanentemente nuevo!
Al soplo del Espíritu se está en
camino continuo y, si sé mira atrás, es para reconocer lo recorrido y dar las
gracias.
Las experiencias de este fin de semana no dejan de ser para mí una
invitación a revisarme, no sea que haya
algún aspecto de mi vida que se esté parando, a sacudirme las telarañas y darle
caña a la existencia; a levantarme y abrir
las alas, a soñar para regalar los sueños, trabajar y zambullirme en el ser humano y en el mundo…
¡ven Espíritu de Dios!
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