Esta mañana viajaba en plan relámpago a Madrid, a una reunión de Familia
Dominicana. Lo cierto es que, de antemano, se me hacía pesado asistir; con todo
lo que tengo pendiente, tanto tiempo de camino me daba bastante pereza.
Y así llegaba a la capital: tarde aunque he cogido el primer tren de la
mañana; cansado por lo temprano que he tenido que levantarme y algo desmotivado.
Sin embargo, las horas que he pasado con mi familia religiosa: con los
laicos, los frailes, las hermanas (y las monjas, que seguro que han asistido
también desde la oración) han supuesto toda una inyección de energía.
En primer lugar el ambiente: rencontrarte con personas que son importantes
para ti y a las que no puedes ver todo lo que te gustaría; los nuevos hallazgos
que se han incorporado al corazón hace poco y que ya te ofrecen todo su cariño,
y esa mágica conexión que descubres en lo dominicano, incluso con quienes no aún
conoces.
Después el planteamiento general: somos una familia decidida a ser FAMILIA
y a mostrarnos al mundo desde esa verdad, conscientes de que la apuesta por ese
amor es nuestra primera y mejor predicación.
Por último, el comprobar como las buenas intuiciones y quienes apuestan por
ellas se van abriendo paso; que avanzamos en el camino; que dejamos que el
Espíritu nos guíe hacia ese deseo común que, hace casi 800 años comenzó Santo
Domingo. No soy nada “institucional”, pero tengo que admitir que a veces las
cosas se hacen bien, jejeje…
Y ahora pienso que ese empujón que yo he recibido de la familia dominicana,
todos podemos encontrarlo en nuestros propios ambientes. Cuando la amenaza del
desaliento asome por la ventana, todos podemos volvernos y mirar el camino que
ya hemos recorrido junto a Dios: cómo nos enamoró; cuando nos rendimos ante su
seducción y se lo dimos todo; las batallas que ha ganado con nosotros; los
peligros superados de su mano; las caras, las manos, los hombros que nos ha ido
regalando a lo largo del tiempo… todas las gentes que nos ha puesto delante
para que nos mostraran lo grande que es ese amor…
Volver a recorrer cada paso con el
alma y darnos cuenta de toda la felicidad que encontramos en nuestro Señor; de
que no hay nada como bailar su música toda la vida; que jamás podrá haber espacio
en nosotros para la rendición.
Hay una persona que conocemos que también agradece esos "empujones" que nombras y has hecho que me acuerde de ella, la rubia de "SanJa". En la celebración de las comuniones de esta mañana de domingo he sentido muchas veces el empellón del Padre, el estímulo, pero sobre todo cuando escuchaba esa vocecita que parecía como salida del interior de la personita más querida por el mismisimo Jesús...Esa Cristinita entonando el "Quiero ser como Tú, quiero ser como Ttú, como Tú, un niño pequeño, cumpliendo su sueño, abriendo su corazón...como Tú..." o ese "Te siento en la mañana al despertar, te siento en la distancia, te siento en la ternura, te siento en la esperanza, en la sonrisa, en el silencio, en cada parte, te siento en todo el cuerpo". Hoy también te vi muy feliz querido amigo, con muchas personas muy queridas a tu alrededor y era todo muy hermoso. Todo fluía como si a todos nos estuviera empujando el Cristo...No tuviste esa sensación? Un millón de gracias vada día.
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