Corren tiempos muy duros para muchísima gente, complicaciones que nos
sobrepasan y lo único que parece que podemos hacer, nada más y nada menos, es
rezar. Últimamente se ha ensanchado enormemente la lista de intercesiones que
le presento al Señor : a todas horas, en cada momento me vienen a la cabeza y
el corazón infinidad de rostros, nombres concretos y dolores muy determinados.
También tratas de permanecer disponible, aunque sólo sea para escuchar e
intentar ofrecer una palabra de aliento, pero, cuando cotidianamente vas
compartiendo tantos problemas y situaciones complicadas como la gente te
presenta, puede llegar un momento en el que, ya no es que no sepas qué decir,
sino que tú mismo acabas dudando de la veracidad de lo que puedas aportar; en
el que empiezas a cuestionarte si de verdad siempre hay una salida para todo.
Sin embargo ahí está mi Dios, con qué grandeza se presenta siempre que
sepamos atenderle: en medio de mis titubeos hoy me ha regalado justo lo que
necesitaba; la visita de una persona, posiblemente, la que peor lo ha pasado de
todas las gentes con las que he tratado en estos años.
En las conversaciones que mantuvimos en el pasado, la intensidad de su
dolor llegó a provocar que me sintiera ridículo; casi como si mi esperanza y mi fe
fuesen una ofensa. En ocasiones sólo callé, pero en otras sí me atreví a
hablarle de esas confianzas…
Cuando ayer se presentó, pude comprobar que todo va pasando, que está
recuperando la ilusión y las ganas de vivir… me habló de que ahora se da cuenta
de que el Señor nunca la abandonó; que comprendía cosas que no supo entender en
su momento; que estaba encontrando sentido… me demostró, en definitiva, que
todo eso que me sostiene y alienta no es una tonta fantasía: que Dios no nos suelta nunca de la
mano, que todo pasa, que siempre triunfa la luz por encima de la tiniebla… que
toda oscuridad acaba siendo vencida.
Mi Padre me ha dejado claro que no puedo desistir; que ante cada lágrima y
desesperación tengo que insistir, con toda convicción, en ese anuncio alegre:
Él está con nosotros y, así, nada ni nadie; ni las ruinas económicas, ni la traición;
ni la muerte, ni la enfermedad; podrá vencernos jamás. Que, si le dejamos, por encima de todo, siempre volverá a brillar
su rostro.
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