Esta mañana me trasladaba a otra parroquia de la ciudad para asistir a la
primera comunión de una amiguita muy querida.
La celebración ha sido una preciosidad, el joven sacerdote que la ha presidido y el
equipo de catequistas habían preparado con mimo esa importante eucaristía; se
notaba en cada detalle… sin embargo más de la mitad de los asistentes estaban
allí como el que se encuentra con alguien en un mercado: paseándose, haciendo
fotos, saludándose unos a otros, riendo y hablando como si allí no estuviese
pasando nada….
Yo, que estaba sentado como a mitad del templo, intentaba concentrarme y
vivir la celebración, pero el constante murmullo de fondo a veces sonaba con
tanta fuerza que ni se oía lo que decían por los micrófonos.
Confieso que me han abordado sentimientos muy contradictorios. Junto a la
alegría y la emoción del momento, me iba llenando de indignación y rabia… me
acordaba de cuando el Señor cogió el látigo en el templo y espantó a todos los
mercaderes y pensaba “ ¡se quedó corto!”.
Respeto profundamente a quien no sea creyente (los que yo conozco suelen ser
muy respetuosos cuando asisten a celebraciones cristianas), al que estaba allí
sólo por participar después en el banquete, al que le importa un bledo nuestra
fe pero… ¡¿por qué no se iban al bar de enfrente?! ¿Por qué no mostraban algo de cortesía a los que sí queríamos vivir
esa fiesta?
Seguramente casi todos hemos vivido este tipo de circunstancias porque se
suelen dar con frecuencia.
Anécdotas puntuales aparte, he llegado a la conclusión de que se trata de
un problema de educación. En los diferentes ámbitos de la vida tenemos que
saber comportarnos de formas diversas, en función del por qué y con quien se
comparten esos espacios. No sé si el personal sabrá “estar” en un teatro, en un
museo, un campo de futbol o en una entrega de premios; pero lo que está claro
es que muchos no saben como estar en una iglesia.
¿De quién es la culpa? Pues no lo sé pero tampoco me importa. Lo que sí me
interesa es pensar en qué es lo que podemos hacer los creyentes para dignificar
nuestros templos y liturgias, y hacerlo sin faltar a la caridad ni creernos
mejores que quienes no tienen la suficiente formación.
Encontrar esos caminos es cosa de nosotros los curas sí, pero también del
laicado, es asunto de todos y empieza
por cada uno de nosotros. Solo así, juntos, todos a una, podremos volver a
disfrutar verdaderamente de esos momentos grandes de la fe que son nuestras
celebraciones.
Aunque por ahora yo ya estoy temblando, ¡la semana que viene empezamos
nosotros con las primeras comuniones!, jejeje
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