domingo, 13 de mayo de 2012

13 de mayo. A POR ELLOS...¡¡¡¡OOOOEEEEE!!!


Con este domingo, amanecía un día que me venía temiendo desde hacía varias semanas: comenzábamos las primeras comuniones en la parroquia.

En otras ocasiones, ya  he comentado lo mal que lo suelo pasar porque me toca pasearme entre la gente haciendo de “policía”: intentando que los invitados que abarrotan la Iglesia, mantengan el ambiente y un respeto a lo que estamos celebrando.

Más de una vez he salido escaldado, porque nunca falta quien te contesta de mala manera y hasta te insulta… en fin, que para un tímido, tan tímido como yo, es todo un suplicio.

Llevo días angustiado ante esa “misión imposible”, preparándome para los desplantes y los malos ratos que, para colmo no parecían servir de mucho… ¿qué podemos hacer un grupillo de personas, en una parroquia perdida, para transformar la actitud generalizada del personal en este tipo de eventos?

Sin embargo, esta mañana las cosas no han sido así: resulta que prácticamente no he tenido que ejercer mi “labor policial”; que  la inmensa mayoría de los asistentes han seguido las pautas que marcamos desde la comunidad parroquial; hemos celebrado la eucaristía en un hermoso clima de silencio y participación y todo ha resultado con una dignidad que casi todas las parroquias envidiarían.

Cuando los niños salían de la Iglesia, con todo terminado, yo me sentía entusiasmado: ¡habíamos podido disfrutar de los chavales y de Dios, de la liturgia, de las sorpresas que los catequistas habían preparado, de las preciosas canciones del coro! ¡ todo había salido genial! Estaba tan contento que el cuerpo me pedía salir al micrófono para dar las gracias a todos, por su educación y por la forma con que habían permitido que todo se desarrollara así. Después, todas las personas implicadas en la fiesta, celebrábamos juntos ese bello resultado; lo hacíamos como Dios manda, con la mesa compartida en fraternidad y alegría.

No quiero pecar de triunfalismo, puede que haya sido sólo casualidad…. Pero me gusta pensar que, con el trabajo y el esfuerzo de los años, algo estamos consiguiendo; que vamos ganando batallas en esa misión que, a lo mejor, no era tan imposible.


Me esperanza creer que no hay nada que debamos dar por inalcanzable; que no hay por qué resignarse  ante todas esas cosas que en la vida –personal o social- nos parecen demasiado grandes,  desbordantes o inmutables; que los males de este mundo pueden caer; que (aunque los caminos puedan ser desagradables o supongan sacrificios) todo podemos lograrlo si trabajamos juntos y de la mano de Dios.

Hoy me acuesto acariciando esa idea, ilusionado y agradecido ante esa posibilidad de vencerme, por lo menos,  a mi mismo.

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