Estoy teniendo un fin de semana de no parar y, cuando se vive así de
intensamente, se puede experimentar de todo: desde emocionarte y que se te
salten las lágrimas al saberte regalado por Dios, hasta el no poder entender
algunos comportamientos y reacciones de las personas; pasando por los
recuerdos, los proyectos de futuro…
Y supongo que así es y así debe ser cuando se quiere optar por el Reino; “os
quitaré el corazón de piedra y os daré uno de carne” dice el profeta Ezequiel.
Y ese corazón sensible y humano de verdad
puede disfrutar enormemente con cualquier cosilla que puede pasar
inadvertida para el común de los mortales, es capaz de advertir a Dios en la
suave brisa; pero también debe dolerse con el sufrimiento ajeno, debe temblar
ante cada injusticia y dolor.
Querer quedarse sólo con lo bueno, pretender seleccionar únicamente aquellos
aspectos de la fe que –en principio- nos
parecen los apetecibles (la paz, la armonía, el sentido, el calor de Dios…) es
una trampa mortal, porque nos vuelve a endurecer por dentro y acaba dejándonos
otra vez fríos como el mármol.
En la Iglesia, desde las instancias más altas hasta el más pequeño grupo o
fraternidad, deberíamos revisar muchas de nuestras costumbres, ritos y
comportamientos creyentes que nos encalan por fuera pero nos van petrificando
por dentro.
Todo el mensaje y la vida del Jesús de Nazaret, su amor y su entrega,
siempre giran en torno a la compasión, nunca podrá estar lejos del que lo pasa
mal, del que es acusado de pecador por “los buenos creyentes”; del pequeño y el
débil.
Sólo así, desde ese “padecer con”; sintiendo que los problemas y desgracias
del hermano son nuestros también; dejando que todo eso nos sacuda y nos ponga
al servicio; es desde donde puede nacer y mantenerse la Verdad del Amor.
¡Me encanta!. Estoy totalmente de acuerdo con lo que dices en tu reflexión. "Debemos ser compasivos como nuestro Padre es compasivo".
ResponderEliminar¡Gracias!,
Ángeles