jueves, 31 de mayo de 2012

30 de mayo. HURACÁN


La otra noche, en una oración que compartía con el grupo de jóvenes de la parroquia, se leyó un texto en el que se utilizaba una expresión que me pareció muy sugerente.

Hablaba del Espíritu como un huracán divino que esparcía por el mundo entero la presencia de Jesús entre la humanidad: el que es brisa suave, cotidiana, anónima, sutil… es al mismo tiempo un “huracán”, ese viento impetuoso que arrastra, sobrecoge y transforma.




No sé si será por los momentos personales que atravieso o por alguna sensibilidad especial, pero me entusiasmó la idea de sentirme envuelto en ese tornado de Dios; de pensar que son sus corrientes las que me hacen volar, las que me transportan y orientan.

El mismo torbellino que llega a todos los rincones de la tierra, en medio del que infinidad de otros hermanos abren las manos y se dejan impulsar rumbo al Reino.

Luego llega la vida: una persona que visité en el hospital y que ya ha marchado a la casa del padre, una señora que casi me saca de quicio, los trabajos del día, las llamadas de los amigos, las risas en comunidad… un día normal, como muchos otros, pero esa imagen; en la que un sinfín de personas de todos los rincones del planeta compartimos el aliento y el impulso;  me está acompañando desde entonces,  pinta una sonrisa orgullosa en mi corazón y me ha ayudado a creerme lo que creo.

Supongo que visualizar, de esa forma o de cualquier otra,  la grandeza de ser creyente; la suerte inmensa de saber que jamás estaremos solos ni indefensos; la fascinación del camino del Evangelio o la intimidad del amor en Dios; es una herramienta útil para poder vivir en armonía con nuestra fe. A mí, al menos, hoy me ha resultado indispensable para poder lanzarme y afrontar, en clave de Dios, algunas cosas que tenía pendientes.

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