Cuando tratamos de vivir con sinceridad nuestra fe es inevitable que, tarde
o temprano, aparezcan las críticas y las falsas acusaciones de aquellos que no
pueden o no quieren comprender o de los que se sienten delatados o amenazados
por tu forma de ser y vivir.
Tristemente, con el paso del tiempo, uno va aprendiendo en propia carne esa
lección que ya se nos anuncia desde algunas de las principales líneas del
Evangelio:
“Bienaventurados vosotros, cuando os injurien, y os persigan y digan con
mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos,
porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera
persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.”
Las críticas siempre duelen, a nadie le gusta ser objeto de los insultos y
las invenciones de los demás… pero es necesario escucharlas, pensarlas por si
llevan algo de razón y poder corregirnos… en la Iglesia hemos crecido mucho
cuando nos hemos atrevido a tener en cuenta las objeciones que se le
presentaban y hoy no deberíamos dejar de hacerlo. Lamentablemente no siempre es así, también es
común que las personas de fe suframos ataques que, únicamente buscan hacer
daño.
Cuando esto ocurre, a mí me gusta darle la vuelta a la situación, como
Jesús nos enseñó en las bienaventuranzas y, de lo que quería ser una ofensa,
extraer un halago.
Por ejemplo, a lo largo de la historia, de los dominicos se ha hecho un
juego de palabras: se inventa el origen de nuestro nombre –que en realidad se
debe a nuestro fundador, Domingo de Guzmán- al latín Domini canis (perros del Señor). A través de los siglos, este “apodo” se ha
usado como insulto, pero también como algo de lo que nos enorgullecemos. Yo le
encuentro mucho más sentido a lo segundo.
Ante todo porque si somos del Señor ya tiene que ser algo bueno y a mí me
encanta pensar que puedo llegar a ser eso, un perro de Dios: un amigo fiel que
quiere permanecer incondicionalmente a su lado; un corredor que salta por
encima de cualquier obstáculo para llegar a la meta, que lleva el fuego de la
Palabra al mundo entero; un guardián que trata de proteger la casa, a la
familia del Señor –la humanidad entera- de las falsedades y la idolatría de los falsos
dioses….un sabueso que lo rastrea; que por medio del estudio, la fraternidad y
la oración; no se detiene en la búsqueda
de la Verdad.
Cuando, en conciencia, sepamos que las acusaciones y la incomprensión que
puedan llegarnos, se deben a nuestra voluntad de ser fieles a nuestra fe;
verdaderamente podremos estar orgullosos de cada mala palabra que recibamos;
esa alegría además nos permitirá que veamos al que nos acosa, no como el
enemigo que quiere ser, sino con los
ojos de la compasión y la misericordia.
Me encanta esta entrada. Gracias hermano
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