Esta mañana las clases han supuesto todo un recorrido general por la patrística y la teología de Santo Tomás de Aquino. No sé si es porque me pilla con muchas ganas, pero la verdad es que estoy gozando mucho con este curso.
De nuevo me siento muy privilegiado por poder disfrutar de esta experiencia; es alucinante la sabiduría de estos frailes, cómo te van soltando nombres, fechas y teorías con toda la naturalidad del mundo (cuando yo, ¡apenas me sé los cumpleaños de mi familia!). Me parecen hombres envidiables: sus largas vidas y su intensa experiencia, y que aún continúen entusiasmados con su vocación, me sirve de estímulo para intentar profundizar en mi vida de oración, para estudiar más, para ser capaz de ofrecerme mejor a los hombres…
También están los estudiantes de este convento, de diferentes países, México, Perú, Colombia, Eslovaquia, Vietnam… una riqueza tremenda al alcance de mi mano.
En estos días, igual charlo en la comida sobre las costumbres del lejano oriente; que asisto atónito a una conversación teológica en la sobremesa; o que en el descanso, una hermana religiosa me comparte su misión en el barrio viejo de Barcelona… ¡qué voy a decir! Pues que me encanta la vocación que Dios me ha regalado, que no se me ocurre un estilo de vida que me pueda apasionar más.
Todo esto me hace pensar en lo poquito que sé de la Orden, de la Iglesia, de Jesucristo… habitualmente, vive uno metido en sus propios ambientes, sin tener conciencia de los muchos acentos con los que se vive la fe aquí o allá; del hombre profundamente sabio que puedes encontrar a la vuelta de la esquina o de los problemas y alegrías que tienen los hermanos al otro lado de la calle.
Haría falta que nos atreviésemos a romper esa dinámica, que pudiésemos establecer puentes entre los muchos entornos eclesiales para poder conocernos. Sólo así podemos amarnos de verdad unos a otros; es la única manera de estar auténticamente unidos; el modo en que podemos enriquecer nuestra experiencia de Dios.
Habría que pasar de la tolerancia, del que “permite” que el otro exista; a la necesidad, al saber que tú, en tu diferencia, me haces falta; me resultas imprescindible para conocer más y mejor a mi Señor.
Cuanto me alegro que disfrutes a la vez que aprendes.Esto te debe servir para dar razones de tu fé,para compartirlo con los demás,para ser humilde y aprender del otro...que bien que hayas podido escuchar todas las experiencias de tantos hermanos de otros lugares.
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