Cuando era pequeño, ya me encantaba dibujar y me pasaba largos ratos con el bolígrafo y el papel, me inventaba historias y las iba pintando para mí, personajes, criaturas fantásticas, animales de todas clases, bellas princesas…. y no cambiaba esos ratos por ningún juguete, porque el boli era una llave y esos papeles en blanco la puerta que me llevaba a mi mundo particular de fantasía.
De alguna forma, supongo que me sigue pasando lo mismo, que cuando me pongo a trabajar en alguna ilustración, me traslado a ese espacio personal y único que sólo yo conozco pero que ahora, con el tiempo, se ha ido llenando de Dios y de hermanos. Ellos han hecho posible un milagro precioso: por una parte, el que ese universo propio se haya acercado mucho a la realidad, que beba de ella, que la refleje, que la sueñe…. Y por otra, que mi propia realidad se haya ido llenando de magia y de misterio.
Esa es una de las maravillas del amor, que pone en contacto lo más íntimo y secreto de tu corazón con todo lo que te rodea desde fuera, que hace que los dos ámbitos se toquen y se contagien mutuamente en un espacio común; que te hace descubrir en los dos sitios (en la Tierra y en tu interior) una belleza y una profundidad completamente insospechada.
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