Mañana, aquí en Salamanca, se homenajea a tres profesores que han alcanzado la jubilación. Yo no podré estar, porque tengo que volver pitando a la parroquia, pero eso no significa que no me una, con todo el corazón, a la gratitud y consideración que se merecen estos hermanos.
Es algo que, desde que comencé a visitar este convento, me ha llamado mucho la atención: esos frailes veteranos que son un pozo de sabiduría y experiencias; más aún, desde que entré en la Orden supe darme cuenta del valor que tenían todos aquellos que ya tenían un largo recorrido en esta vocación, de lo mucho que les debía a mis hermanos mayores.
Si uno se olvida de donde viene, si no sabe admitir y reconocer la herencia recibida, está perdido. Si yo estoy pudiendo responder (o al menos tratando de hacerlo) a Dios en la Orden de Predicadores, es gracias a todos los que lo hicieron antes que yo y que, con sus aciertos y errores, han mantenido vivo nuestro carisma durante 800 años, hasta que yo he podido conocerlo y amarlo.
No puedo pasar por alto, la paciencia que se me ha tenido, las enseñanzas que me han transmitido, el rico legado que, de sus manos he recibido...
Y esto no me sucede sólo en la vida religiosa, también -como no- en la familiar... cada uno de nosotros es lo que es por las decisiones que ha tomado, desde luego... pero todas ellas han sido posibles gracias a aquellos que nos dieron la vida; que se sacrifican por nosotros, que acompañan nuestra aventura de crecer y enterarnos de lo que es la vida; que nos han transmitido lo que ellos han aprendido y descubierto y, sobre todo, que nos han llenado de amor sin condiciones.
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