Algunas transformaciones vienen dadas por las circunstancias, de otras somos artífices nosotros, con nuestras propias decisiones; con estas pasa lo mismo que con el cambio: podemos verlas necesarias, con un fin positivo, una posibilidad de crecer…. Pero eso no evita que nos duela decidir, que se nos haga muy difícil hacerlo y que otros padezcan también por nuestra opción.
Pero es preciso decidir, arriesgar, cambiar y aceptar las formas en que la existencia altera nuestra seguridad, en que el devenir de las cosas siempre nos despierta de los letargos de la rutina y la inconsciencia. Esos acontecimientos son, en realidad, los elementos que van conformando nuestro caminar (aunque cada uno de ellos deba ser probado también en lo pequeño y cotidiano).
En mi retorno a Sevilla me he encontrado con uno de esos cambios, bueno y necesario, pero que también me duele. Ellos, en sí mismos, no tienen por qué significar nada, pero la cosa es distinta si intentamos verlos a la luz de Dios; entonces sí es posible encontrar un sentido, encajar esos cambios en la totalidad de una trayectoria y poder interpretarla.
Ese ejercicio, exige una participación activa por parte del ser humano, requiere de nuestra reflexión. Dios, como siempre lo ha hecho, sale a nuestro encuentro; y nosotros, sus hijos e hijas, cada día de nuestras vidas, seguimos tropezándonos con Él y su misterio… pero eso no nos sirve de nada, no nos enteramos, si después no somos capaces de racionalizar lo vivido, de identificarlo e interpretarlo..
Esta noche pongo ese “cambio” en manos del Señor, oro por que sea para bien y una oportunidad para el crecimiento de todos; que mis hermanos y yo seamos capaces de interpretar la novedad desde la presencia siempre atenta y amorosa de nuestro Dios.
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