viernes, 21 de octubre de 2011

20 de octubre. "HABITADO" X

Esta tarde, llegaba a la catequesis con el recuerdo del mal rato que nos llevamos (los chavales y yo) la semana pasada… la memoria me generaba miedo, arrepentimiento y precaución, ¡a ver cómo me los encontraba hoy!

Bueno, pues me atrevo a decir que esta tarde hemos tenido una de las catequesis más bonitas de todas las que hemos compartido a lo largo de estos años, parecía que, en lugar de adolescentes, estaba reunido con un grupo adulto y rebosante de seriedad; hemos podido tocar temas fundamentales, como el silencio de Dios, el sufrimiento, la presencia del señor en todos los momentos, los alegres y los tristes…

He terminado contento y muy satisfecho del grupo, qué diferencia con el sentimiento y el malestar con el que, hace nada más que una semana, salía del mismo sitio, con las mismas personas. ¿Qué ha cambiado? Pues seguramente todo un poco, yo ya no estoy tan tenso como hace siete días, posiblemente la bronca que les solté también les haya hecho pensar, ¡hasta el tiempo puede haber influido! Pero la cuestión, con lo que me quedo de todo esto es que nunca hay que tirar la toalla en las cuestiones del Evangelio; lo importante que es la paciencia (eso sí, siempre activa); que con el tiempo, cuando ponemos las cosas en manos de Dios, todo siempre sana, acaba, se ilumina, se transforma….




El tiempo, que corre cuando quieres atraparlo y se ralentiza cuando esperas; el mismo que nos asusta porque no sabemos lo que traerá; el que muchas veces amenaza con vencernos con sus fantasmas; el calendario, que no se detiene, sobre el que volcamos nuestro  temor pero que también acoge nuestra esperanza, que nos permite esperar, levantarnos, crecer, encontrar sentidos, y ser fieles a nuestro Dios.

Mientras estoy escribiendo, acaban de recordarme en Facebook que precisamente hoy se cumplen diez años de mi toma de hábito, qué coincidencia ¿no? … como dice la canción “cómo hemos cambiado…”

Este aniversario, me sirve como ejemplo perfecto para ilustrar mi reflexión de hoy; cuando pienso en aquél chavalín que recibía el hábito de la Orden de predicadores… en sus miedos, sus inseguridades y sus sueños… en lo difíciles que fueron los comienzos… en la gracia de encontrarse con la paciencia de muchos hermanos y hermanas que me acogieron y, poco a poco, fueron enseñándome las formas y los caminos de la paciencia, la perseverancia y la docilidad al Espíritu… ese pobre chico de rizos, que subía las escaleras del convento de dos en dos, también ha sido transformado, por Dios en el tiempo transcurrido, para convertirse en un hombre, aún un pobre hombre, pero con mucha más paz, más alegría y completamente feliz en Dios.

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