Como todos los jueves, he pasado la tarde con las catequesis, hablando de la fraternidad, de ser comunidad y del reino de Dios; pero al volver a mi cuarto, me he encontrado con un mensaje que me ha revuelto por dentro, que me ha devuelto a la consciencia la precariedad con la que podemos llegar a vivir todo eso.
A veces, uno es testigo de situaciones, de comportamientos escandalosos, que –además de que no puedes comprender ni que se den, ni que se permitan- te provocan un intenso dolor en el corazón.
La realidad es que, en ocasiones, los creyentes, pervertimos profundamente el Evangelio, quiero creer que siempre inconscientemente; que las carencias personales, u otros valores e intereses, nublan y eclipsan en la vida lo más importante, aquello por lo que decimos apostar la vida: la fraternidad, la caridad, ¡el amor!
Lo peor de todo es cuando los demás llegamos a asumir y aceptar esas porquerías o porque nos dan miedo las consecuencias o –aún peor- porque ya nos hemos habituado a ellas…
En estos días, un servidor está profundamente escandalizado por varios acontecimientos que se han dado a mí alrededor; a estas alturas –gracias a Dios- mi vocación ya no se tambalea por ello… pero sí que me produce una tremenda vergüenza… sé que no es únicamente a mí, que lo mismo están sintiendo muchos hermanos y hermanas míos.
No puedo permanecer impasible, como si no fuese conmigo, la verdad. Lo primero que me nació fue la acogida, poner mi amor donde parecía triunfar la degeneración… y estoy tratando de hacerlo con todas mis ganas; como me decía una hermana, dejarme el pellejo y rezar para que la fraternidad sea real; trabajar para que los creyentes nos sintamos verdaderamente unidos en una sola alma y un solo corazón en Dios… pero no sé si es suficiente, la verdad.
Me pregunto sobre la denuncia profética de la injusticia. Alinearse junto a las víctimas y socorrerlas, hacernos parte de su destino está genial (si fuésemos capaces de eso ya sería estupendo)… pero ¿basta con eso? ¿el Evangelio no pasa también por expulsar a los mercaderes del templo? ¿por delatar la hipocresía de los fariseos? ¿no es también parte del amor el señalar a los que abusan de su posición para marginar y hacer sufrir a los hermanos? ¿no es una exigencia, para el amante, la transformación de lo que trae muerte o indignidad?
Está claro que sí, especialmente claro ahora, que toda mi familia dominicana está celebrando el sermón con el que, la comunidad de Montesinos, defendió los derechos y dignidad de los hombres y mujeres de América.
Siempre me he sentido muy identificado con el texto que narra la vocación de Moisés, con las excusas, miedos y limitaciones con las que el patriarca trata de evitar la vocación que Dios le ofrece. Un Dios que siempre está del lado del oprimido y que te envía no sólo a consolarlo, sino a dar la cara, a arriesgar la vida para acabar con el origen del sufrimiento…
Así estoy esta noche, justamente cuatro años después de mi ordenación...exponiéndole al Padre mis justificaciones, mis dudas, mis temores y mi incapacidad… pero la zarza de mi interior, no se consume, no deja de quemarme por dentro…
"Lo primero que me nació fue la acogida, poner mi amor donde parecía triunfar la degeneración…".
ResponderEliminarSé que es lo que todo cristiano debemos hacer, a fin de cuentas es predicar con el ejemplo, pero no por ello deja de maravillarme cada vez que conozco a alguien que lo lleva realmente a la práctica, dejando aunque solo sea por un instante sus prejuicios, y los perjuicios que le hayan ocasionado.
Ahí hay amor.
Ánimo Félix, mucho ánimo para cada día ;).
Un abrazo.