Esta es la historia de una samaritana, una chica timidilla y alegre, que, como todos, trataba de encontrar en esta vida la felicidad: intentaba ir superando los problemas y pasárselo lo mejor posible.
Nuestra samaritana, que tenía un corazón más grande que toda la provincia de Guadalaj… ejem, perdón de Samaría, llevaba ya mucho tiempo buscando, y ya empezaban a asaltarle las dudas y la amenaza de la frustración, de que su búsqueda era en balde.
Aun así, ella no se rindió, y cada día continuaba acudiendo a distintas fuentes, con la esperanza de encontrar esa agua de la plenitud, del sentido, de la verdadera alegría.
Una de esas mañanas, cuando ella estaba fumándose su cigarrito tan a gusto, escuchó que alguien le pedía ayuda, que la necesitaban: dame de beber
¿quién yo? Pensó la samaritana, ¿es a mí? Cómo se le ocurre a nadie pedirme agua a mí. Ella nunca había visto las cosas así, ni de lejos se había planteado aquella posibilidad.
Pero aquella voz, no se conformó y continuó resonando en aquél corazón tan grande, sugerente, preñada de posibilidades…
Nuestra Samaritana empezó a darle vueltas a aquella petición; supo superar los prejuicios que se habían instalado en su interior y, sorprendentemente, acabó dándose cuenta de que aquella invitación, justo eso, era lo que ella andaba buscando, lo que ella misma necesitaba.
“Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice “dame de beber, tú le habrías pedido a Él y Él te habría dado agua viva”.
Así que la Samaritana empezó a dar agua a los demás y, efectivamente, con cada vaso que ofrecía al otro, ella se iba sintiendo más llena y real. De este modo, empezó a conversar habitualmente con aquella voz que surgía de todos los lugares y personas…
En esa voz se encontraba reconocida como nunca nadie lo había hecho jamás, nadie le había hecho ver con tanta claridad su valor, su importancia, nunca le habían sanado las heridas con tanto amor, jamás encontró tanta misericordia ante sus meteduras de pata… era increíble la forma en la que se descubría sostenida y amada.
Descubrió también diferentes vasos, mil jarras diferentes con las que saciar la sed de las personas, había recipientes tan grandes que con ellos se podía dar agua a toda la Tierra… eran los que llevaban otras samaritanas… mujeres llenas de paz y de alegría profunda, entre las que aquella voz se percibía con mayor claridad y que repartían su tesoro inagotable con unos cucharones que les había regalado un tal Domingo de Guzmán.
Y en aquél desierto de la vida, nuestra samaritana se enamoró por completo, como si fuese una adolescente, de aquél amor infinito que la rondaba y la seducía; aquél amor que la trataba como si ella fuese única en el mundo, que ponía todo el universo, la creación entera a sus pies… en medio de la sequedad… ella había encontrado la fuente de la vida con mayúsculas.
“Señor, dame de esa agua, para que nunca más tenga sed” nos ha dicho a todos hoy esa samaritana nuestra, que, por cierto, se llama Pilar, y que esta tarde ha profesado su amor, hasta la muerte. Una vida más que se da, que se parte y reparte en Dios. (Gracias ;) )
Me encantó escucharlo en directo y poderlo releer en esta mañana. Gracias a ella por su ejemplo y a ti por el don de la predicación. Después de tantos años ha sido un auténtico privilegio reencontrarme contigo en esta ocasión.
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