Estad alegres, ese es el mensaje que insistentemente nos trasladan las lecturas de este tercer domingo de adviento, ¡estad alegres!
Qué bonita es la invitación pero, al tiempo, qué complicada…casi parece un contrasentido que se nos llame a la alegría en medio de un mundo que está como está; ante tanto sufrimiento como nos rodea; frente a las mismas angustias que, a cada uno de nosotros nos asaltan cada día…
Sin embargo aquí está este domingo de “gaudete” con su desafío, un reto que además se dirige ante todo y precisamente a los que peor lo pasan.
Es extraño, la verdad, qué cosas tiene Dios... ¿o será que somos nosotros los que no acabamos de comprender?
Igual es que aún no nos hemos creído del todo, que el amor todopoderoso de Dios es el que siempre tiene la última palabra, que aún no nos entra en la mollera de parte de quien está Él…
Igual es que esa alegría que nace de Dios, de esa convicción, es lo más revolucionario que puede existir… una vez más me viene a la cabeza el cántico de María, el Magnificat; que es una constatación de toda la injusticia y dureza que existe en nuestra historia, pero al tiempo, una declaración llena de alegría.
La confianza en que Dios no va a dejar las cosas como están, es la fuente de una felicidad profunda, que nada ni nadie nos puede quitar, que apaga los aullidos de todo miedo; que actúa como revulsivo para la humanidad entera.
El Señor ya viene, su acción ya está aquí, apuntémonos a los que están del lado del hambriento, del explotado, del solitario, el enfermo, el prisionero o el empequeñecido… ¡apuntémonos a la comunidad de la alegría!
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