Esta tarde han hecho su promesa, en la fraternidad laical dominicana de la parroquia, cinco hermanos; uno de ellos, además, lo ha hecho hasta la muerte.
Todo un regalo de Dios, esas nuevas vocaciones.
Cuanta falta nos han hecho siempre a la Iglesia, personas que se atrevan a decir que sí y que, además lo hagan en público; gentes que se comprometen ante todos con Dios, que aceptan la aventura de su vocación particular.
Siempre fueron necesarios, pero lo son particularmente en este mundo nuestro de hoy, en el que parece que todo se puede vivir como si fuese un supermercado: esto lo cojo, me apetece, me atrae y esto no, o si no me convence, lo descambio después por otra cosa.
Así no se puede crecer en la fe, nosotros mismos nos estancamos en ese mariposeo, que lo va probando todo sin quedarse con nada, esperando quizás que es posible encontrar una panacea, dónde todo sea maravilloso, apetecible y cómodo. Así, la fe no puede subsistir mucho tiempo, porque si es de verdad, tiene que alimentarse con riesgos, que se asumen desde la confianza; hundir sus raíces en la generosidad, que está más allá de lo que “a mí me viene bien”; respirar el aire de otras tierras, de lo distinto y recibir el Sol de lo que el otro necesita.
La fe, necesariamente, nos tiene que llevar al compromiso, igual que la verdadera libertad y el amor, no puede vivirse “por libre” y “a mi manera”… hay que decir que sí, siempre a Dios y, necesariamente, en medio de lo humano, aceptando esa humanidad, aunque eso suponga también el tener que lidiar con las mediocridades y carencias que tiene el de al lado, pero que también están en nosotros.
El mismo sí de María (que Dios vino preparando desde antes de que naciera y por encima del tiempo, el que hoy hemos celebrado también en la fiesta de su Inmaculada Concepción) es el que nosotros podemos dar. Un Sí que no puede nunca creer que ha llegado a ningún sitio, o que ya está completamente definido; una afirmación y un compromiso que se grita a lo largo de toda una vida, con cada palabra o gesto de servicio y confianza.
Una expresión que encierra infinitos colores y circunstancias; dos sencillas letras que, juntas, son la mayor subversión que pueda existir; una respuesta que puede renovarte a ti mismo y al universo entero.
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