sábado, 17 de diciembre de 2011

16 de diciembre. ¿DÓNDE ME HAS DEJADO EL VALOR?

Esta tarde hemos terminado el triduo, hemos seguido dándole vueltas al sermón de Montesinos… por si eso fuese poco, después hemos tenido reunión de matrimonios y el evangelio, que el tema de hoy nos proponía, era este:

Mucha gente acompañaba a Jesús; Él se volvió y les dijo: “Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío.

Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla?

No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no pudo acabar”. ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío. (Lc. 14, 25-33)

Está muy claro el desafío profético y transformador que, inevitablemente, va asociado a la fidelidad al evangelio; pero esa vocación nos incomoda… nos asusta la cruz. Tampoco fue sencillo a para Montesinos. Aquel  sermón fue el cimiento sobre el que se han construido los derechos de la persona; algunos de los que lo escucharon, como el también Sevillano Bartolomé de las casas, se convirtieron…pero la mayoría no… fueron tremendas las protestas y las presiones que surgieron de aquellas palabras, porque a nadie le gusta sentirse delatado, denunciado en su injusticia.

¿Cómo pudo tener él aquél valor? ¿Cómo podemos tenerlo nosotros a la hora de asumir esa misión profética?

Cuando los dirigentes de aquella primitiva colonia acudieron a Fray Pedro de Córdoba, para darle sus quejas y exigir el castigo que merecía el atrevimiento de Fray Antonio, el prior les respondió:

“Señores, es cierto que fue fray Montesinos el que predicó esta mañana, pero deben saber que lo que ha predicado este padre es del parecer, voluntad y consentimiento de toda la comunidad; después de considerarlo y reflexionarlo entre todos, con mucho consejo y madura deliberación, determinamos predicarlo porque creemos que es Evangelio puro, y debe ser predicado para salvación de los españoles y de todos los indios de esta isla. Hemos hecho profesión  primero como bautizados y luego como frailes predicadores de la verdad”

En las palabras de fray Pedro encontramos la respuesta por la que antes nos preguntábamos… en comunidad se comparte la fe y se ora la predicación; en comunidad es como se busca la verdad y se analiza la realidad… es en la comunidad convocada en torno al señor, donde se vencen los miedos y se asumen las consecuencias que pueda suponer la fidelidad al evangelio.




Seguro que todos anhelamos la venida del  Reino de Dios, todos hemos soñado muchas veces con un mundo diferente, puede que hasta muchos de nosotros,  tratando de luchar por la justicia de Dios  nos hayamos dado grandes batacazos y hayamos chocado repetidamente contra el muro de la realidad… puede que, al final nos hayamos decepcionado, hayamos acabado asumiendo que las cosas son como son…que nos hayamos conformado con poco… puede que la razón de nuestro desánimo, sea que no tenemos una realidad comunitaria fuerte… que tenemos muy abandonada esa dimensión básica de nuestra fe.



Nuestra vocación profética en el mundo de hoy parte de la construcción de comunidad. Implicándonos, aceptando, comprometiendo todo lo que somos… es un primer paso cercano, un primer gesto de conversión a nuestro alcance.

Un gesto que nos convierte a nosotros pero también a la Iglesia entera. 

Esta noche, lo que nos dice aquél sermón de hace 500 años es que sí es posible la transformación de nuestra sociedad, que es posible ser Iglesia, es posible para mí, para ustedes… nos lo pide nuestro Dios: que seamos Iglesia nueva, viva, alegre y profética.

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