Hoy, en un par de conversaciones preciosas, de esas que la vida te va regalando, he caído en la cuenta de una dimensión del adviento a la que, hasta ahora, no le había prestado mucha atención…
Siempre me lo había planteado desde la preparación personal, desde mi propia conversión; la de cada cristiano… revisar el camino, reconocer debilidades que superar, plantearse objetivos… pero ¿y qué pasa con nuestras instituciones? Pues lo lógico es que también se dejen modelar internamente por Dios para preparar la venida del Emmanuel; que, a esos niveles, la Iglesia también está invitada a transformarse, a dejarse renovar por el Espíritu.
Es evidente que es necesario ese cambio, tanto a nivel personal como eclesial, nos hace falta acogerlo para poder responder a nuestra vocación universal de anunciar la Buena noticia a todos los hombres y mujeres.
Seguramente todos nosotros tenemos cerca a personas a las que no les resulta significativa nuestra vida fe, a las que no les cuestiona nuestro testimonio creyente o que incluso encuentran en nosotros elementos criticables. Gente que necesita respuestas, sentido, esperanza… pero que no consideran la opción del Evangelio porque, o no la conocen, o la conocen mal; y tenemos que reconocer que, casi siempre, es porque nosotros no lo sabemos presentar adecuadamente.
Dios nos necesita a nosotros para llegar a esas personas, para llenar sus vidas de plenitud… así que el adviento también es el tiempo oportuno para reparar las sendas por las que damos a conocer al Señor, para que Él pueda llegar a ser todo en todos.
A propósito de esas personas que necesitan respuestas y que están posiblemente muy cerca de nosotros,leí hace unos días esta frase de Helder Cámara"No olvides que tu vida de cristiano es el único evangelio que mucha gente leerá". A veces prefiero hablar poco y que vida sea la que dé testimonio.
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