Hablábamos de que la vida hay que mirarla desde el optimismo; que en todas las realidades hay claroscuros y hay que apostar siempre por la posibilidad y la bondad de las cosas, la gente y las situaciones.
Es una de las muchas cosas que aprendí de mi maestro; cada vez que me pasaba algo malo o una desilusión, lo buscaba y le preguntaba ¿cómo se ve esto desde el país de las maravillas? Y él siempre tenía una mirada positiva para todo y para todos.
Pues después de la charla, subo a mi cuarto, enciendo el ordenador y me preparo para escribir la entrada de hoy, cuando veo un letrero que me anuncia, muy amablemente, que se suspendía la cuenta de publicidad del blog por uso fraudulento.
¡Vaya chasco que me he llevado! No es que me estuviese forrando, desde luego; desde que comencé había ganado 18 pavos, pero reconozco que me hacía ilusión el sentir que ganaba algo de dinero que aportar en casa, aunque fuese poco.
El primer sentimiento ha sido el mosqueo, porque –desde luego- no soy consciente de haber realizado ningún fraude… así que he tenido que aplicarme el cuento y enseguida he sabido verlo desde “el país de las maravillas”.
A fin de cuentas, no me gustaba mucho el tener anuncios, no podía controlar del todo los contenidos y me fastidiaba tener que compartir espacio con algunos de ellos. ¡Sin darme cuenta, me estaba vendiendo un poco y por cuatro duros!
Seguiré sin ver un céntimo, pero supongo que ahora todo es más de verdad. La mirada no es desde el país de Alicia sino es la de la confianza en Dios.
Últimamente pienso mucho en que la autoridad que todos descubrían en Jesús, además de su intimidad y cercanía con el Padre- Madre del cielo, residía en que él estaba firmemente convencido de la realidad de su anuncio, de la buena noticia que nos traía. Y lo estaba en medio de un mundo donde también abundaban las desigualdades, la violencia, la opresión, la pobreza… Él sabía mirar el mundo desde esa confianza que nos permite esquivar el desánimo, la flaqueza para poder construir y transformar; una mirada enamorada, que es consciente de lo que está mal, que sabe que sólo el amor puede cambiarnos a nosotros y al mundo en el que vivimos.
Jesús estaba completamente convencido de que el reino era una realidad y vivía en consecuencia. Al anunciar el cumplimiento de la Escritura, Jesús aparece vestido con un manto de manos. Es un anuncio de algo que ya es realidad, pero que necesita de nosotros para serlo; el "ya, pero todavía no".
El cumplimiento de una promesa que nos recuerda cual es la principal ocupación de los seguidores de Jesús, el Reino de Dios. Un reino que no es inalcanzable, al contrario, ya está entre nosotros. Sólo hay que saberlo ver y dejarnos enamorar por él.
Ese amor, cuando es sincero, transforma el mundo; nos lleva a vivir para que las madres de los países en vías de desarrollo puedan alimentar a sus hijos; para que los violentos se deshagan de sus armas y puedan ser perdonados por las víctimas, a pesar de la sangre derramada; por ahogar definitivamente a la serpiente de las drogas; a luchar por la paz en contra de todas las guerras; por un mundo donde todos los niños puedan jugar lejos de toda explotación y las mujeres maltratadas puedan despojarse de sus mantos de lágrimas; donde no existan fronteras ni nadie tenga que inmigrar; en el que se rompan las cadenas de todos los corazones que son condenados y oprimidos a causa de sus sentimientos...
Es un anuncio que resquebraja los muros de una religión malentendida que no conduce al hombre a su plenitud, a la libertad y a Dios, sino que privilegia y otorga poder a unos pocos, oprimiendo, culpando y esclavizando a otros. Es un Reino en cuyo centro está el Espíritu de Dios, que nos guía y sostiene en el camino.
Un reinado de Dios que ya está en mi vida y en la tuya… hoy mismo, con cada acto de amor que hayamos vivido hemos transformado el mundo, ya lo hemos hecho un poco mejor que ayer.
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