Otro día de no parar: catequesis, una charla en un colegio, una misa de difuntos, visitas, una amiga que ha venido de fuera…
He disfrutado especialmente con el ratillo del cole. Me pidieron que hablara a los padres de los niños de primera comunión, sobre la renovación de las promesas del bautismo y acepté. Iba un poco intranquilo, pensando que seguramente no tendrían demasiado interés en nada de lo que pudiese decirles, la verdad; pero el caso es que he salido muy satisfecho del resultado. Tiene gracia, pero no está uno muy acostumbrado a percibir respuestas por parte de un auditorio.
Hemos vivido muchos años en los que el sacerdote lo era todo y el laicado permanecía completamente pasivo. Gracias a Dios eso ya no es así, pero aún permanecen muchas malas costumbres de entonces. Lo noto en las eucaristías y en las celebraciones en general; en las caras inmutables del personal; da igual si cuentas un chiste o haces una gracia, si te sinceras o compartes algo personal o si denuncias situaciones… los rostros no se alteran…ni un esbozo de sonrisa, o una expresión de preocupación… nada.
Y la verdad es que eso frustra un poquito a veces, te hace pensar y sentir que nadie te está escuchando, que estás aburriendo al personal, que no les importa mucho, que lo haces mal... Sé que no es así, primero porque nunca me alargo en las homilías y además porque, luego, siempre hay personas que se acercan y me comentan que les ha gustado lo que he dicho, o que he aportado algo a su reflexión; ¡pero que poco se nota!
Queda claro también cuando, en un bautismo, a los presentes a participar y nadie se atreve; cuando todo el mundo se ha olvidado de las gafas cuando les pides que proclamen una lectura...
Supongo que es algo que nos tenemos que mirar en la iglesia, ¡una cosa más en la que podemos crecer! ser capaces de reconquistar todos juntos nuestros espacios celebrativos; inventar formas de expresión, de participación; de reflejar verdaderamente lo que cada comunidad cristiana vive; de conseguir que sean momentos en los que todos celebramos de forma activa.
Celebraciones que realmente sean eso. Muchas personas procedentes de otros lugares de África o América me comentan a menudo lo extraño que les resultan las nuestras, con todo el mundo tan serio y tan parado... ¡a veces hasta tan ausentes!
Lo fácil es echarle siempre la culpa al cura, pero es misión de todos el conseguir que nuestras reuniones litúrgicas expresen, además de la solemnidad y la grandeza de Dios, la alegría que nos produce su amor, su cuidado, su presencia entre nosotros. Una fiesta del Señor de la risa, la fraternidad, la vida, la ilusión y la alegría.
Es en ese Dios en el que creemos, el de todos, al que festejamos ¿no?
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