Hoy se ha celebrado la presentación de un libro que ha escrito alguien que tuvo un papel fundamental en la historia de mi vocación; por esa razón, se han reunido un montón de personas importantes para mí: muchas de la realidad presente y cotidiana (hermanos y hermanas de la comunidad parroquial; algunos grandes amigos, de los de toda la vida…); otros venidos desde otros lugares, de sitios en los que se quedó parte de lo que soy; a otros hacía mucho que no los veía, tomaron otros caminos, opciones diversas, pero con los que siempre compartiré una historia que sigue viva.
Lo he pasado en grande con ellos, aunque siempre que se me juntan muchos rostros significativos me pasa lo mismo. Es como si me bloqueara, como si no pudiese abordar el deseo imposible de aprovechar el momento, de compartir al máximo con todos y cada uno…y siempre acabo en un rincón, con una sonrisa boba en la cara, mirándolos como charlan y se ríen unos con otros y disfrutando de esas escenas.
Y es que, si nos paramos a pensar, es increíble el número de gente que pasa por nuestra vida, la cantidad de amor que, en distintos grados, podemos saborear con el paso del tiempo.
Cuando volvía hacia casa, traía en el coche un sabor agridulce. A la satisfacción del encuentro se sumaba cierto malestar, que me provocaba el sentir que –posiblemente- algunos no comprendan algunas de mis auto-exigencias, las responsabilidades que siento o las opciones que creo que debo tomar en ciertos momentos… el huir de determinadas situaciones, el marcharme cuando llega el momento, el tener que pasar página en algunas historias.. Decisiones con las que puedo acertar o no, claro; que pueden tener que ver con mi ministerio o no, pero que todas son parte de lo que soy.
A mí me pasa igual con ellos, a veces no comprendo, no concibo o no me gustan los pasos que se dan y soy el primero que –cuando hay amor por medio- no se calla. Algunos incluso me han corregido fraternalmente la dureza con la que a veces expreso mis opiniones; me hacen ver las cosas que tengo que corregir y mejorar.
Es curioso como el amor nos hace sentirnos grandes, capaces, fuertes; y al mismo tiempo pone de evidencia nuestras debilidades y asperezas. Gracias a él crecemos, nos reconocemos a nosotros mismos y encontramos los caminos.
Los amores que nos regalan muchas caras diferentes, los que brotan de nuestra alma, pero todos procedentes de la misma fuente…
Se podría decir, a fin de cuentas, que somos amor; que yo soy amor y que ese amor es mi casa, la de todos.
Que lindo! ... tienes preciosos motivos para emanar amor!
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