Como no todo iban a ser rositas, hoy he tenido el día un poco chungo. La cosa empezó muy bien, pero acabé teniendo una pequeña discusión con alguien de los que más quiero.
Me he llevado un disgusto tremendo y supongo que él también, y uno – que tiene su poquito de orgulloso- ha cogido la puerta y se ha largado…
El primer impulso ha sido llamar a un hermano para relatar y desahogarme pero, gracias a Dios; lo he encontrado ocupado, así que yo solito he empezado a rumiar mi mosqueo.
No me ha durado ni dos minutos… enseguida me he puesto a pensar que a fin de cuentas, si habíamos discutido había sido porque nos queríamos y el asunto que tratábamos nos importaba; que no había ninguna necesidad de que pasáramos ese sofocón.
En esta vida he tenido que pedir perdón muchas veces, porque soy muy mete patas, la verdad; siempre lo he hecho al comprender que estaba equivocado o había actuado mal, pero esta mañana ha sido distinto. No he pensado en quien tenía la razón o no; ni en cuál de los dos era el ofendido, tampoco en mi amor propio… únicamente en el amor que hay por medio y en el sinsentido de la situación. Así que lo he llamado enseguida para pedirle perdón, decirle que no sufriera, que ya encontraríamos una solución al problema.
No deja de ser curioso que todo esto haya pasado precisamente hoy, día en que los comercios celebran el día del amor. Con lo ocurrido, he visto con claridad y en un suceso concreto de la vida, la forma en que el amor nos hace crecer, mejorarnos, superar las tonterías que todos llevamos encima.
Cuando hay una situación conflictiva, lo fácil es pensar siempre en el daño que el otro nos hace y ponernos dignos… y lo malo es cuando –el uno por el otro- las relaciones y el cariño acaban enfriándose; las dos partes acaban perdiendo. Es mucho más constructivo pensar en el dolor que también podemos haber provocado nosotros, reconocernos pobres en nuestras miserias en lugar de tirar balones fuera, porque en eso es en lo que podemos actuar y cambiar.
Cuando Jesús nos habla del perdón, no es que quiera ponernos una prueba difícil de superar; es que sabe que con resentimientos a cuestas y heridas abiertas no se puede ser feliz. ¡Qué más da que el primer paso lo de uno o el otro! Cuando lo que está en juego es esa felicidad y el cariño que nos tenemos.
Hoy he pedido perdón por amor y, por amor, lo he recibido también… después de todo, ¡el día no ha ido tan mal!
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