martes, 1 de febrero de 2011

31 de enero. EN EL BORDE DEL CAMINO

Es una sensación increíble  la que experimento cuando alguien viene a dar las gracias; no a mí sino  al mismo Dios al  que un día confiaron sus padecimientos. La verdad es que no suele pasar, porque así somos todos, pero a veces sí; tengo el privilegio de participar de ese momento extraordinario.

Una persona que ha estado muy enferma ha venido hoy totalmente recuperada. En lo más difícil se reencontró con Dios y se aferró a Él. No pensaba que milagrosamente la hubiese curado, pero sí sabía que su Amor le ha dado la fuerza y la ilusión necesaria para encontrar razón donde no la había, luchar y recuperarse.

Por  la experiencia de esa persona y al hilo de mi reflexión de ayer, subo esta noche esta imagen del encuentro entre el ciego Bartimeo y Jesús.






































En la zona inferior del dibujo encontramos la oscuridad, la ceguera de quien no puede encontrar el camino, el sentido, a si mismo…. La tiniebla en la que, a veces, todos tenemos que movernos.

Pero esta no es una noche resignada, sino que está traspasada por unos pasos dorados, las huellas de quien –a pesar de todo- no deja de esperar, de buscar; el ciego se encuentra al borde del camino. Es la actitud con la que afrontar los momentos críticos, el aferrarse a la fe, perseverar aunque no podamos sentir ni ver nada.

Impulsado por esa confianza, permanece atento y es capaz de descubrir el paso del Maestro por su vida. Entonces Bartimeo clama, grita con todas sus fuerzas.

No pide nada merecido, ni reclama compensaciones… sólo misericordia. Creo que es una de las cosas más bonitas que alguien le dice al Señor en el Evangelio; una buena oración que nos podemos aplicar.

Muchas son las voces que intentan hacerle callar, que obstaculizan el encuentro con el Señor: el ruido del poder y el egoísmo; el llanto del sufrimiento y la desesperación; la fuerza de una religiosidad mal entendida que somete y esclaviza al ser humano o el gruñido de la violencia y la injusticia. Las mismas voces que continuamente se oponen a nuestro propio seguimiento de fe, las tentaciones comunes a todos.

A pesar de todo, el ciego permanece en su llamada y es capaz de alcanzar y conocer a Jesús. De ese contacto brota la luz y de los ojos que no podían ver surge un camino dorado, la senda de la dignidad, del hombre libre ante todo, de la propia plenitud y felicidad.

Fray Angélico solía representar a Santo Domingo de Guzmán presenciando desde la Palabra los acontecimientos de la vida del Señor  Jesús; Es una costumbre que me gusta mucho y que está llena de sentido. La Escritura se reproduce en nuestra vida si sabemos contemplar, y cada uno de nosotros somos testigos del amor que nos revela.

Por eso también yo me atrevo a representar así a Santo Domingo en contemplación, pero representado en los dos frailes que aparecen al fondo.

Cada uno de ellos tiene en la frente media estrella. Los dominicos y dominicas, juntos, somos hoy el rostro de Nuestro Padre Domingo.

La persona de esta mañana ha sido una de tantas que me ensanchan el alma; su testimonio, una gran lección para mí; para cualquiera que lo escuche.

Contemplar y dar lo contemplado, dice uno de los lemas de mi Orden… así que, si nuestros ojos se han abierto –aunque sólo sea un poquito- está en nuestras manos atravesar las barreras más tenebrosas para poder compartir esa LUZ a tanta gente que aún camina entre oscuridad. También ellos claman desde el borde del camino... de nuestro camino. 


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