La vuelta a la normalidad ha sido a lo grande, un no parar en todo el tiempo; un día intenso y lleno de experiencias.
Lo primero que puedo destacar ha sido la visita que esta mañana ha hecho a la comunidad nuestro Provincial. Hemos estado compartiendo la vida y él nos hablaba de los hermanos de otras ciudades y países, de sus problemas y alegrías. Me ha conmocionado saber del sufrimiento al que algunos de ellos se ven expuestos; me he sentido muy cerca de ese dolor, muy presente, muy cuestionado.
Después, he tenido la suerte de librarme de mi propio “golpe de estado”… eso también me ha llenado de alegría, por lo sorpresivo de “la buena traición” y la misericordia del rescate.
Luego una eucaristía con una pequeña comunidad de religiosas; una celebración que he vivido con mucha fuerza y verdad, en la que –además- hemos disfrutado de un diálogo-homilía entrañable y profundamente esperanzador.
Más tarde llegarían los jóvenes del Movimiento Juvenil Dominicano. El grupo está arrancando pero se palpa la alegría y las ganas de ser y hacer.
Por último la catequesis de confirmación. Estamos preparando un viaje a Madrid este fin de semana para participar en un encuentro; me hace muchísima ilusión compartir esa experiencia con ellos y parece que están respondiendo muy bien. Son un grupo de 11 o 12 personas increíbles que rondan los 17 años; gente normal de su edad con sus inquietudes, sus dudas, sus problemas e indefiniciones, pero todos ellos muy inteligentes y honestos.
Cada uno de esos momentos me ha cargado las baterías: Una provincia de frailes pequeña, sin demasiados recursos, pero que encara el futuro con valentía y queriendo vivir con honestidad la llamada; el descubrirme creciendo como persona y religioso; la experiencia de una Iglesia familiar, casera y comprometida con los pequeños; el ser parte del despertar a la vida de la gente más joven; su deseo de tomar opciones serias; dejar que desintegren los prejuicios y etiquetas que les ponemos; palpar, una vez más, que ni el mundo ni la Iglesia es el que, a todas horas, nos ponen por delante en la tele… sentir con fuerza que esta aventura del Reino merece la pena “y la alegría”.
Todo lo vivido me ha encendido la esperanza y en cada rostro he visto a mi Señor; a un Jesús que se para a esperarme y que me susurra “¡venga hombre! No te pares, que la vida no se detiene, ¡VEN! Boga mar adentro, que aún nos queda mucho por vivir”.
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