Hoy he estado en un retiro con las monjas dominicas. Hacía demasiado tiempo ya que no me pasaba por el monasterio y tenía muchas ganas de poder hacerlo.
Quiero mucho a mis hermanas, pero mucho más nos quieren ellas a nosotros...¡les debo tanto!
La vocación contemplativa es una de las más desconocidas en la Iglesia y sin embargo, quizás la más fundamental. Mucha gente no la entiende, porque la conciben de una forma reducida, desde la clausura; y no comprenden que alguien se encierre, se aparte de todo... “A dios rogando y con el mazo dando” argumentan a veces pensando que las monjas no tienen mazo ¡y anda que no!, tienen el mejor, el de la constancia, la fidelidad, la entrega y el amor.
Verdaderamente, es una vocación que considero muy exclusiva, no creo que esté al alcance de todos; y ante todo, consiste en mucho más que en vivir detrás de “una reja”.
Yo también era antes uno de esos que no terminaba de valorar la vida contemplativa, hasta que las conocí a ellas. Seguramente aún no me hago una idea completa de la profundidad de su vida y todavía no tengo todas las respuestas, pero sí sé dos cosas sobre ellas y cada día las tengo más claras.
La primera de ellas es que les estoy tremendamente agradecido y que me siento muy orgullosos de ellas; que todos deberíamos estarlo.
Las monjas son el corazón de la Iglesia, y de la orden claro. Con su oración y su amor por cada ser humano sostienen nuestra vida y nuestra misión; desde el silencio, invisiblemente dedican sus existencias a que llegue hasta nosotros la fuerza, el consuelo y la alegría de nuestro Dios.
Sin que uno sea consciente, sin que la mayoría de la gente llegue nunca a saberlo, siempre hay un grupo de mujeres que rezan por nosotros. Acordándose hasta de aquellos que no tienen a nadie que rece ni se preocupe por ellos.
Ellas están en las hambrunas, las guerras, las catástrofes; en el cajero donde duerme el transeúnte y en los rincones oscuros donde pierden la vida los drogadictos; en la patera, los hospitales, los asilos, centros de acogida, los psiquiátricos... en todas las soledades, angustias y dolores del ser humano. Allí están siempre mis hermanas.
Hay muchas encrucijadas de la vida de las que uno no sabe cómo ha podido salir, oscuridades en las que se ha podido uno mantener, sin entender el modo. Yo estoy seguro de que también ahí estaban ellas: orando y cuidando de mi vocación desde la lejanía, pero muy cerquita de mí.
Si te paras a pensar también las encontraras en tu vida, con los brazos abiertos y elevados hacia Dios.
La segunda es que, encima, son las mujeres más felices que conozco...
Por algo será ¿no?
Belisimas palabras! Escribe con el corazón... Un saludo, Paz y Luz.
ResponderEliminaryo tambien conozco a las hermanas dominicas, y cada dia me enseñan a vivir mejor y a crecer de alguna manera (fdo. un hermano del museo)
ResponderEliminarlo pequeño es lo más grande.
ResponderEliminarUn abrazo. Félix