Hay quien dice que un hombre y una mujer nunca podrán ser amigos, no sé… pero, desde luego no es mi caso. Siempre he tenido grandes amigas.
Una de ellas ha visitado mi ciudad en este fin de semana. Es dominica hasta la médula, me ayudó a descubrir mi identidad dominicana; en el discernimiento de mi vocación religiosa; estaba en todos los grandes momentos de mi vida y también en los más difíciles... animándome y –siempre- haciéndome reír.
Su presencia de este fin de semana, me ha recordado el tiempo en el que me di cuenta de lo que era la fraternidad; en eso también tuvo ella mucho que ver.
Tras mucho buscar inútilmente mi lugar en la Iglesia, un día me invitaron a ir a una Pascua con los dominicos. Al principio, solo encontré a un grupo de jóvenes con los que lo pasaba bien, pero enseguida empezaron a aparecer más cosas. Tenía en común con ellos la forma de entender a Dios, experiencias de fe, ilusiones… vibrábamos con las mismas cosas y empezamos a hacer todo lo posible por compartir cada vez más.
Yo ya tenía amigos, los de toda la vida, que me conocían mucho mejor; a los que quería muchísimo; con ellos había vivido muchas cosas, buenas y malas… pero ahora sentía algo distinto. No tardé en comprender que estos no eran amigos, que eran mis hermanos, las primeras personas que Dios había puesto en mi camino, para poder empezar a desvelar la aventura de su proyecto.
Ahora sé que no habría podido ver, acertar a responder (aunque fuese torpemente) atreverme a confiar…si no hubiese sido por sus vidas, sus luces, su ilusión. Aquel encuentro nos cambió la vida a todos.
Los cristianos hablamos mucho de la fraternidad, pero casi siempre como un término abstracto. Sí, todos somos hermanos, vale, pero mi gente es mi gente y los demás son los demás, en realidad no me afecta demasiado. Puede que esto sea así porque aún no hemos descubierto el valor de la comunidad y, la mayor parte de las personas, viven su fe individualmente. Por algo sería que el propio Jesús invitara a varios hombres y mujeres a seguirle más de cerca, comunitariamente.
Desde mi pobre experiencia, creo que es fundamental para el seguimiento de Cristo, el encontrar un ámbito humano donde se practique y disfrute esa fraternidad; donde se plasme y haga realidad esa certeza de que somos hijos de un mismo Dios. En las torpezas cotidianas, aprendiendo a entendernos, con las intuiciones de cada uno… sabiéndonos compañeros de camino es donde el Evangelio se hace presente en nuestra historia, se encarna en la propia vida. Pienso que sólo desde ahí puede empezar a ser verdad ese amor universal al que estamos invitados por el Señor.
Hoy la mayor parte de ellos, mis primeros hermanos, están reunidos en Madrid, reflexionando y compartiendo los pasos a dar, la concreción de sus vocaciones, su identidad dominicana. Esta noche, mi corazón también está allí, con ellos.
Gracias por eso y por todo.
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