Mi día, hoy, ha estado protagonizado por mujeres, por grandes mujeres.
Comencé compartiendo la mañana en un retiro con unas religiosas (sí, es ese retiro al que, por error, me presenté la semana pasada…). Un grupo de hermanas que se preparaban para la celebración de sus bodas de oro, cincuenta años de fidelidad al Señor, cada una según un estilo distinto, el suyo propio; pero todas ellas profundamente felices tras tantos años de consagración.
Por la tarde una niña, ya muy mujer, que con una sensibilidad extraordinaria me contó el caso de una conocida suya que lo estaba pasando muy mal. En su impotencia recurrió a mí para que intentara ayudarla.
Después una conversación con una mujer extenuada de tanto luchar por sacar adelante a familia en medio de una avalancha de dificultades y sufrimientos… por último las catequistas de la parroquia, como todos los jueves, y nuestras charlas al filo de la vida y la noche.
Lo cierto es, que después de todo eso, tengo que reconocer que estoy maravillado por la fuerza de la mujer, por su entrega, su delicadeza… su capacidad de seguir adelante, calladamente, hasta en las peores condiciones y prácticamente siempre por amor. Así que, ahora, antes de dormir, se me repite continuamente en el corazón el magníficat de María de Nazaret: el canto de una mujer sencilla, trabajadora, rebelde, valiente, soñadora y –ante todo- confiada en el Señor. El que pronuncia al encontrarse con otra mujer, Isabel, que igualmente había experimentado ya la liberación de Dios, su reconocimiento a todo el sacrificio y esfuerzos realizados.
El mundo podrá repudiar, olvidarse de quienes parecen insignificantes, pero Dios nunca, al revés, Él, por puro regalo de amor, los restituye y coloca en la dignidad que merecen sus hijos e hijas.
El himno que una mujer del pueblo dedica a todas las mujeres que, como ella, se dejan la piel por amor; las palabras de esperanza que brinda a todos los pequeños, a los ignorados… la canción que brota del Dios humanado que lleva en sus entrañas.
María, inundada del Espíritu, nos regala su cántico que es luz y esperanza para el mundo entero. Su canción es la sinfonía que toda la creación esperaba escuchar, la armonía que hoy – muchas generaciones después- nos siguen interpretando y brindando, incansablemente, miles de mujeres desde todos los rincones del mundo.
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