miércoles, 16 de febrero de 2011

15 de febrero. SÍ QUE SÉ

Sigo dándole vueltas al tema del perdón, puede que sea una de las cuestiones que más nos duelen a los cristianos de a pie. Unas veces porque tenemos un concepto equivocado de lo que es perdonar, y otras porque no comprendemos del todo el sentido del perdón evangélico.

Puede ser que pensemos que perdonar es ser siempre capaces de recuperar la situación original, volver al punto en el que las relaciones estaban antes de que se hiciese el daño. Evidentemente hay circunstancias en las que esto es posible, pero también hay otras en las que no.

A veces, nuestros actos, nuestras decisiones provocan rupturas irreversibles. Cuando algo se rompe en mil pedazos, por mucho cuidado con que quieras pegarlo, nunca volverá a quedar como estaba. En esos momentos podemos sentirnos mal por creer que –al ser incapaces de confiar y disfrutar como antes- no estamos perdonando del todo,  nos exigimos lo imposible y terminamos sufriendo más aún.

En algunas circunstancias, el retorno a las condiciones anteriores también puede ser contraproducente; por ejemplo en el caso de una persona víctima del maltrato. ¿El perdón va ligado a retomar la exposición a esa violencia? Pienso que evidentemente no puede ser así…

Incluso podemos haber perdonado de corazón y que lo más adecuado sea la separación de los caminos; bien porque nuestras opciones cotidianas los han acabado diferenciando, o bien para hacer comprender al otro – por su propio bien- que sus actitudes y comportamientos hacen daño y debe cuestionárselos.

Yo creo que el perdón está mucho más relacionado con lo que hay dentro del corazón que con el “volver atrás”; que se trata de limpiar nuestro interior de malos deseos y sentimientos de rencor; de ser capaces de desear y buscar el bien para quien te hizo daño o te lo sigue haciendo… un perdón que haga crecer y aprender a las dos partes. El verdadero perdón fortalece el amor, una relación que no debe volver a ser como antes, sino que evoluciona y se hace mejor… ¡y a veces, puede ser que esa mejoría se plasme en distancia!

Y eso es lo verdaderamente complicado; porque podemos haber retomado las formas de la relación pero, interiormente engañarnos (no asumiendo la propia realidad o manteniendo el resentimiento) y eso sí que no es perdonar, el “Aquí no ha pasado nada” o el famoso “yo perdono pero no olvido”. Es una mentira que seguramente acabará con la reproducción de la ofensa y cada vez con más intensidad; que nos lleva a estrellarnos una y otra vez, con la misma pared.

Perdonar es difícil y por eso tampoco nos lo podemos plantear de hoy para mañana, sobre todo si las heridas causadas son grandes. Con frecuencia me encuentro con personas que se sienten impotentes por no poder ofrecer ese perdón, porque aún les sangra el corazón… El Señor no nos puede pedir que –por arte de magia- cambiemos un sentimiento sobre el que no mandamos.

A lo que el Evangelio nos invita es a no instalarnos en el odio ni el dolor, sino a dejar que las heridas se curen al Sol, a colocar ese perdón en el horizonte de nuestro camino, a avanzar hacia él un poquito cada día… para, a la vez, caminar hacia el bienestar interior, la felicidad propia y del otro.









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