miércoles, 9 de marzo de 2011

8 de marzo. ESTAMOS EN PAZ

No ha dejado de llover en todo el día y yo me he pasado gran parte del día en la calle. Tenía que hacer unas gestiones, después he quedado con un viejo amigo que ahora vive en la otra parte del mundo.
Es religioso también, aunque no de mi orden, y hemos compartido casi todo el proceso de formación: coincidimos en el inter noviciado y después durante los estudios de teología. Desde el mes de septiembre lo han asignado a su tierra, un país de esos que a veces salen en la televisión envueltos en la violencia y los conflictos bélicos.
Hemos estado tomando un café y charlando de nuestras vidas, nuestros procesos, las vocaciones respectivas… de nuestra felicidad. Él me hablaba de su gente, de su pueblo; de la ilusión con que la población cristiana vive allí su fe.
He llegado a casa con el frío metido en el cuerpo y los pies mojados…a todos nos ha pasado alguna vez y sabemos cómo es esa sensación de metálica debilidad que te encoge por dentro. Seguro que también hemos experimentado la calidez de volver a casa y cambiarte la ropa, el abrazo y la paz del hogar. Al otro lado de la ventana continúan la lluvia y el viento; pero lo que ya sientes es el abrigo y la seguridad que te brinda el lugar en el que vives.
Al acabar el día pienso en esa paz, la buena, la de verdad. Hablamos continuamente de ella como un deseo, como algo inalcanzable… pero muy pocas veces nos paramos a reflexionar sobre lo que hay detrás de ese concepto abstracto.
Porque la paz no es la ausencia de guerras o violencia; tampoco la falta de conflictos (que siempre están ahí, porque somos diferentes y convivimos); creo que la paz tiene mucho más que ver con la justicia y el amor; que es algo que – de ninguna manera- nos puede resultar lejana o imposible.
El Señor Jesús nos da su paz, la deja con nosotros… si no la disfrutamos debe ser que no la sabemos reconocer y recibir. ¿Cómo podemos rezar por ella o pretender construirla si no somos capaces de identificarla, de saber cómo es?

Se me ocurre que, tal vez, la paz brota de la confianza, de sabernos seguros, protegidos de cualquier amenaza; que hunde sus raíces en la sencillez y la humildad de quien no se cree mejor ni superior a nadie; que crece en un amor que se da y se pone al servicio, en lugar de buscar el propio bien y la explotación del otro… que viene de Dios, el único que nos puede ofrecer todo eso y para siempre, y que ahora está en nuestras manos.
Descubrir esa paz que recibimos, disfrutar de su calidez, llevarla a otros… esa es también nuestra posibilidad; que la paz de Dios esté con todos nosotros.


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