viernes, 29 de abril de 2011

29 de abril (IIparte). CATALINA

¡Hoy también hemos celebrado a nuestra hermana Catalina de Siena! Para quien tenga interés en conocer mejora esta gran mujer de Dios:
http://www.dominicos.org/grandes-figuras/santos/santa-catalina-de-siena

29 de abril. EL MUNDO AL REVÉS

Durante estas dos últimas semanas he tenido “abandonados” a mis padres, que para colmo, están un poco fastidiadillos de salud, así que esta mañana, tras despedir a mis hermanos, me he ido a pasar la mañana con ellos y me he tragado enterita la boda real.
Advierto que no ha sido ningún sacrificio, que aunque no tengo tiempo casi nunca, me gustan estos marujeos… y además, me siento orgulloso de ello. No soy de esos que se creen “por encima de la plebe”, a otro nivel intelectual, me atraen las mismas cosas que a la gente de a pie y me entretengo como ellos lo hacen… me encanta también comentarlo todo después con las personas de mi entorno. Pero eso no significa que no lo vea con ojos críticos, desde luego. Si en todos estos programas suele abundar la frivolidad, el de hoy se llevaba el premio, ¡qué reunión de personajes presuntamente “finos”!.
Me daba mucho que pensar la superficialidad y la hipocresía que mostraban… jajajaja… ya podía estar desfilando la persona más basta de la tierra,  que si era importante o estaba de moda decían que era elegantísima;  mostraban respeto y admiración hacia personajes cuya maldad ha hecho correr ríos de tinta…
Me temo que no es algo exclusivo de un plató de televisión, sino que es muy frecuente a nuestro alrededor; en la sociedad en que vivimos y también en esta Iglesia que somos. Lo cierto es que no he dejado de darle vueltas al “tanto tienes, tanto vales”; a la sed de figurar, de honores; a las energías que gastamos en las más grandes trivialidades a la vez que arrastramos profundas insatisfacciones y angustias…
Desde estos pensamientos he hecho el dibujo de hoy, un Cristo resucitado que nos abre los brazos con cariño. La cruz está detrás, superada por el amor todo poderoso de Dios: esa es la oferta de Jesucristo, esa es la Pascua.
















 
Una VIDA que le da la vuelta a todo, que nos rescata de esa subsistencia que nosotros nos empeñamos en desarrollar “al revés”.
Para poder acogerla un ojo abierto, despierto; la mirada de la fe que es capaz de ir más allá de esa superficialidad para encontrar toda la belleza y la magia de Dios en nuestro entorno y, en medio de ella, poder encontrarnos con el resucitado.
También un corazón abierto, repartido… a la Palabra y al hermano; a la novedad y la sorpresa de Dios, desde nuestra propia historia y experiencias. Un corazón que también representa nuestra intimidad, el secreto profundo de lo que somos y que se despoja de los disfraces y las máscaras de la apariencia o los prejuicios.
En la parte de arriba las alas de la auténtica libertad que brota de todo ello; la de quien es consciente de la propia identidad; la cimienta en Dios y actúa desde ahí, poniéndolo en orden con cada opción y compromiso; orientando el camino hacia Él. Sólo podemos elevar nuestras ramas al cielo si las raíces son sólidas y profundas.
Del mismo modo, nace de la Pascua una mano abierta, que pide, que da, que comparte; que pone en relación la propia experiencia con la del otro; que anuncia feliz el triunfo de la vida cuando abraza el dolor del hermano; cuando sostiene al que cayó;  al trabajar por la justicia; también cuando acaricia y celebra todo lo bueno de la vida.
Cristo está vivo y no se cansa de hacerse el encontradizo en nuestro camino, de invitarnos a darle a todo la vuelta, para que nosotros también VIVAMOS.

28 de abril. UN NUEVO AMOR

Mañana se marchan los hermanos que me han estado regalando unos días extraordinarios: el de roma y el veterano “descarao”… la verdad es que no sé qué voy a hacer después de que se vayan, me voy a quedar “desnortado”.
Estas visitas me han alterado el orden cotidiano, mentiría si dijese lo contrario. He tenido paradas todas mis ocupaciones durante casi una semana entera; cierto… pero francamente, ¡me siento tan regalado! ¡Me han dado tantísimo que pensar, ¡cuántas importantes claves de vida me han hecho presentes! Son los responsables de que me haya re- ilusionado a lo grande con mi cotidianeidad, con mi día a día. A fin de cuentas, han traído a mi vida  de forma práctica e inesperada lo que el domingo me planteaba acerca de la Pascua.
Conforme va pasando el tiempo, parece que uno tiende a hacerse más huraño, se va acostumbrando a unos ritmos, unas caras y unas costumbres y llega a tener la sensación de que todo lo que sea ajeno a esas rutinas le molesta, no es deseable… mi experiencia fraterna de estos días me recuerda que no es así; que es necesario dejarse “alterar”, permitir que entre en tu vida la “molestia” que el otro supone, que te “despierten”,  porque en eso es donde está el auténtico entusiasmo de existir, la realidad de lo que es nuestra humanidad-relación.
Dios me ha regalado estas visitas y, con ellas, una vivencia de esas que te dejan marcado, que dibujan una señal luminosa en tu camino.
En esta noche en que me preparo para un ¡hasta pronto! Me descubro resucitado de verdad, con ganas de salir de las puertas cerradas, de afrontar proyectos, de reorganizarme, de cuidar y atender a lo importante, de responder más y mejor a mi vocación… y doy las gracias al milagro de la Pascua, al milagro del amor.

jueves, 28 de abril de 2011

27 de abril. SÉ FIEL A LA VERDAD

Esta tarde hemos visitado a las monjas que, una vez más, nos han regalado un rato precioso de alegría y fraternidad sincera. Mi veterano hermano, aunque lleva muchos años oyéndonos maravillas de ellas a todos los frailes jóvenes,  se ha quedado muy gratamente impresionado.
Al volver, en el coche, yo le hablaba de lo que ellas son para mí, del bien que me hacen, de cómo me llenan el alma y me iluminan en el cansancio; de la forma en que me calman las heridas con su sonrisa de paz y me mantienen en un corazón de carne. Le decía también que, aunque son una prioridad para mi e intento estar disponible para ellas al cien por cien, con la vida que llevo no puedo ir a visitarlas todo lo que quisiera…
Y entonces llegó el comienzo de lo que sería la lección del día: “¡Hijo mío! Pues agárrate a ellas, que tienes el privilegio de tenerlas”
Verdaderamente, esa es la lógica más evidente, pero la que siempre se me olvida… probablemente a casi todos. Nos dejamos enredar por las demandas de la vida, por sus urgencias e imprevistos, por la prisa; lo hacemos de tal manera que acabamos descuidando lo principal, lo que nos llena, mantiene y da sentido: las personas importantes, los momentos de paz, Dios…
Hace poco, a última hora, mantenía otra conversación que ha sido el broche de oro para este recordatorio del miércoles. Hablábamos de las expectativas que los otros vuelcan sobre nosotros; de las exigencias de las instituciones; de las trampas que el propio ego nos tiende de cara al futuro; concluíamos que lo fundamental es mantenerse fiel a Dios. Si lo que Él nos pide coincide con el resto de las cosas, estupendo… pero lo cierto es que no suele ser así. La realidad es que el objetivo de toda nuestra vida es mantenerse fiel a la Verdad: a la propia, a la del ser humano y a la de Dios.


VERITAS es uno de los lemas de la Orden. La verdad no se posee, se busca, y esa labor se hace por etapas; no podemos pretender tener amarrado todo el itinerario, porque Dios siempre es más grande que nosotros y, de ninguna manera, podemos saber cuál es la meta de este viaje en el que andamos embarcados.
La verdad se busca paso a paso, contemplando, haciendo discernimiento de la voluntad del Señor en cada momento. Cuando se tiene una certeza de lo que nos ofrece en cada etapa, toca apostar, lanzarse y darlo todo, crecer y disfrutar hasta que llegue la hora de dar el siguiente “estirón”… casi siempre por la vía más insospechada.
Una canción que me gusta mucho habla de esa fidelidad, a lo importante y a los importantes… ese es el reto que hoy la vida me regala. Espero ser capaz de responder a él, que mañana, cuando me levante no se me olvide; que cada noche al acostarme haya sido, por lo menos, un poquito más fiel.

martes, 26 de abril de 2011

26 de abril. DESCARAO

Dicen que las personas más mayores  han alcanzado un punto de experiencia en las que verdaderamente saben lo que merece la pena y lo que no; que todo lo vivido les permite hacer de su capa un sayo y tirar por la borda muchas tonterías… Yo no sé si es eso lo que le pasa a mi hermano, el que ayer comentaba que me está visitando estos días, aunque creo que siempre ha debido ser un hombre muy libre.
El caso es que hoy he pasado todo el día de “vacaciones forzosas”, paseando por la ciudad y hablando de lo humano y lo divino. A lo largo de la jornada ha provocado algunas situaciones que, en el momento, me han puesto un poco colorado; ya se sabe que soy más bien tirando a vergonzoso…
Una de ellas ha sido con una chica extranjera que nos ha pedido ayuda económica por la calle. Yo simplemente le he puesto buena cara y le he dicho que no (pienso que eso sólo contribuye a fomentar la mendicidad, prefiero que mi ayuda esté canalizada por instituciones como caritas, que contribuyen al desarrollo y la integración de las personas); pero él se ha puesto a hablar con ella: le ha dicho que sí, que quería ayudarla pero no con unos céntimos sino diciéndole que era una chica joven y guapa; que era un ser maravilloso, que Dios la quería y que soñaba para ella algo mucho mejor que aquella situación; que seguro que tenía muchas capacidades para salir de ella…. Al principio la chica lo ha mirado con extrañeza y hacía el ademán de marcharse, pero él insistía, “¡oye moza! No te vayas, dime si estás de acuerdo con lo que te digo”. En ese instante yo no sabía dónde meterme pero al final han estado charlando un buen rato y la joven le ha dado las gracias y se ha ido contenta con los piropos y la simpatía de mi hermano.
Poco después nos cruzábamos con dos monjas desconocidas y, otra vez ha vuelto a hacer lo mismo: “¡hermanas! ¿de qué orden sois? ¿Cómo estáis? Somos dos frailes dominicos que estamos tomando café, venid un rato para que nos conozcamos” a un servidor le ha faltado meterse debajo de la mesa al ver la expresión de las religiosas… je…je…con una sonrisa forzada y colorado como un tomate.
Pues ellas se han acercado, nos han contado de su vida, se han interesado por la nuestra, nos hemos encomendado mutuamente en la oración y, al despedirnos les ha dado su bendición. “Gracias, padre, muchas gracias” nos decían radiantes.
Pensaba yo que qué alegría de “desvergüenza” y desparpajo; que liberación de prejuicios y complejos la de este hombre que, de forma cotidiana, ha anunciado una buena noticia a la primera chica; que ha hecho fraternidad y nos ha regalado una preciosa experiencia de Iglesia fraternal y urbana.
Mirándolo desde la perspectiva de la Resurrección, creo que esa libertad es una conquista irrenunciable; que deberíamos ser capaces de sacudirnos el “qué dirán” y los inútiles sentidos del ridículo que tantas veces nos frenan al Evangelio. Sólo así podemos acoger de verdad la luz de la Pascua y vivir en consecuencia, ser testigos creíbles del resucitado desde la auténtica fraternidad en cada situación que se nos presenta a lo largo del día.
Si todos fuésemos como mi hermano, qué diferente serían la Iglesia y la humanidad. Está muy mayor, no oye, ve poco y tiene debilidad en las piernas, pero para mí es un privilegio estar permanentemente a su lado porque, a pesar de todo eso, o mejor dicho, desde todo eso precisamente, me sigue regalando las más valiosas lecciones.

25 de abril. GALILEA

Hoy ha llegado al convento un hermano muy querido. Es un fraile muy mayor que pertenecía a mi comunidad de formación; ya era un gran veterano cuando lo conocí y, desde el principio me pareció un hombre admirable. Tiene una apertura de mente asombrosa y una capacidad de escucha y comprensión tremenda; ha sido todo un pionero en muchos campos y, a su edad, sigue cautivando a jóvenes y ancianos con su sentido del humor y simpatía.
Como es natural, ahora sufre de muchas limitaciones, claro, pero el tío se las va trabajando, las asume y no hay quien le detenga; continua apasionado por el evangelio y sigue apasionando a quienes tenemos la fortuna de conocerlo. Para mí ha sido y es todo un maestro en la Orden.
Desde que lo he recogido en la estación no hemos dejado de hablar, de cómo estamos; cómo nos va… y también ha sido inevitable recordar “viejos tiempos”.
Nos reíamos mucho comentando “las crisis” y las dudas que le hice sufrir a él y al resto de la comunidad; las tonterías y torpezas que hacía o decía; las buenas intuiciones que tuve; las lecciones aprendidas en estos años; lo que hemos cambiado.
Este encuentro me ha hecho mirar atrás, revivir con simpatía aquellos primeros momentos de enamoramiento loco; cuando me dejé seducir por mi Dios… me ha llevado a pensar que aún sigo siendo aquél chaval enamorado hasta las trancas, aunque de otra manera. Ahora contemplo todos esos instantes y sentimientos desde la perspectiva que me dan estos años; con los pies en la tierra; desde mi propia realidad, la de la Orden y la Iglesia; desde los afanes y dificultades de cada día, propios y ajenos. Desde aquí encuentro sentido y crecimiento en cada lágrima que derramé, en lo que se tuvo que romper; en cada esfuerzo y satisfacción.
Y se me ocurre que –aunque evidentemente salvando las distancias- algo así es también el encuentro con el resucitado.













Hay que volver a Galilea, donde todo empezó para descubrirlo. A la luz de la resurrección, quienes seguían a Jesús son capaces de entenderlo todo; de asimilar las enseñanzas que todos los días recibieron del Maestro y que, hasta ese momento, eran enigmas sin mucho pie  ni cabeza; de superarse en los miedos y egoísmos; de percibir la realidad como un desafío y una posibilidad infinita.
Esa luz brilla hoy también para mí; para todo el que la quiera acoger y comprender la Palabra en nuestras vidas, reconocer el sentido de una  Escritura que nos habla de nosotros mismos; ese fuego quiere arder para siempre en nuestras entrañas.

domingo, 24 de abril de 2011

24 de abril. ¡¡PASCUA!!

Anoche terminamos muy tarde las celebraciones de la resurrección y el cansancio se iba acumulando, tanto que no me veía con fuerzas de escribir lo vivido, por eso recurrí a las palabras de mi actual maestro general; pensé mañana lo explicaré todo con pelos y señales.
Ahora ya estoy de nuevo en mi casa, muy cansado pero aun saboreando por dentro todo lo vivido en estos días, cada uno de los miles de regalos que he recibido en cada jornada… sin embargo sigo con esa sensación de ser totalmente incapaz de describirlo todo.
Tengo miedo de que se me olvide alguno de esos dones, de esos rostros, de los gestos, de los abrazos… no quiero que se me quede en el tintero ninguno de los elementos que, juntos y sin fin, componen la explosión de humanidad y verdad que vivimos anoche; me asusta que las palabras reduzcan y limiten lo inagotable de la vida  y el fuego que nos deslumbran desde la madrugada.
La pascua de este año ha sido más real que otras, más aterrizada que aquellas que se constituían en burbujita de bienestar y alejada de lo cierto de mi cotidianidad; menos entusiasta quizás, más reposada… con momentos de corazones abiertos en canal y también con algunas cosas que lo endurecen.
Puede que por eso, esta vez también esté descubriendo una resurrección real y presente en el día a día.
Jesús es el Señor del día y de la noche, de la muerte y la vida, de la alegría y el dolor; su resurrección transforma todo eso y lo conforma de nuevo, de forma que en todo seamos vivos.


Ser testigos del resucitado, el ver y creer, no nos evita el conflicto o las heridas; no nos transporta al país de las maravillas ni nos hace más altos ni guapos; por el contrario nos conduce siempre a la tierra, a la nuestra, a la de siempre… la diferencia es que ya no la percibimos como antes; ahora la vemos desde el triunfo del amor… conscientes de que siempre es lo más grande y lo más fuerte.
Este año, Dios nos ha reunido en un rinconcito de la tierra a un grupo pequeño, insignificante y débil… una pequeña familia muy variada (laicos, frailes, monjas, mayores, jóvenes, niños…) que ha dado sus pasos entre lluvias y rayos de Sol. En ella, Dios ha hecho el milagro: hemos sido testigos de la noticia más importante de la historia de la humanidad.
Este año, no me ha dado morriña volver, no he sentido que nada se acabara… ¡al revés! Algo en mí adentro me habla de comienzos, de novedad, del primer amor; y estaba deseando regresar para empezar a descubrirlo.
Una y mil veces más lo repito:
¡Alegraos! ¡ved la vida que os rodea! ¡Creed en ella! ¡¡Predicadlo al mundo entero!! MUCHAS FELICIDADES

23 de abril. NOCHE

¡¡¡CRISTO HA RESUCITADO!!! ¡¡¡ALEGRAOS!!!!



"No está aquí... Ha resucitado". Son las palabras con las que los ángeles en esta mañana anuncian a
las mujeres la Resurrección. "No está aquí... Ha resucitado". ¿Qué habrán podido comprender las
mujeres con esta frase? ¿Cómo podrá permitirles pasar del dolor a la esperanza? ¿Cómo podrá esta
frase de los ángeles "No está aquí... Ha resucitado" devolverles la esperanza en la vida, después de
la prueba inmensa que acaban de atravesar?
Efectivamente el dolor de las mujeres era inmenso y así, abatidas por el dolor, llegan al sepulcro en
la madrugada de ese día que será de Pascua. Están abatidas, en efecto, porque ellas han visto y han
seguido a Jesús, Maestro y Señor, y lo han oído hablar de la bondad del Padre, sobre todo a los más
pequeños. Lo han visto enaltecer a estos pequeños y después hablar a los sabios y poderosos
diciéndoles que se equivocaban al creer que, por pensar que conocían a Dios, podían dominar a los
pequeños y decirles lo que era necesario comprender de Dios e imponerles de alguna manera un
modo de vivir. Estos sabios y poderosos habían creído que podían disponer de Dios y así
despojaban a los pequeños de Dios. Y los poderosos y sabios, cuando han oído al Hijo del hombre
que hablaba del Padre y ponía en duda sus palabras, entonces lo han arrestado y lo han hecho callar.
Y después lo han matado.
Las mujeres han visto lo sucedido y con este dolor llegan silenciosas y abatidas al sepulcro. Quieren
rendir un último homenaje al cuerpo de aquel a quien seguido y a quien han amado. Y en medio de
este silencio, de repente, la voz de los ángeles: "No está aquí... Ha resucitado, recordad... Él os lo
había dicho, os lo había prometido". De pronto el silencio no es más el silencio de la ausencia, el
silencio angustioso, ese silencio del que piensa que está solo consigo mismo sin poder escapar. De
repente, el silencio es el lugar de una Palabra. Esa Palabra que se pretendía hacer callar ahora
resuena nuevamente. Y esta Palabra es promesa de vida más allá de todo y para todos, comenzando
por los pequeños, aquellos a quienes se quiere hacer callar, aquellos a quienes se deja de lado. A
ellos les es dada la Palabra. El silencio es ahora el lugar donde escuchan la Palabra de Dios.
Las mujeres miran el sepulcro y el sepulcro está vacío. ¡Qué signo curioso este sepulcro vacío para
manifestar la Resurrección! Porque el vacío a menudo no nos agrada, nos da miedo, no hay
horizontes. Nos hace creer a veces que la nada, la muerte, la angustia pueden retener al hombre para
siempre. No queremos el vacío. Las mujeres miran y el sepulcro está vacío..."No está aquí"... Las
mujeres, sin embargo, comprenden que este vacío no es para constatar una ausencia sino que, al
contrario, indica que Aquel que estaba abatido por la muerte ha partido. Una nueva presencia surge
del sepulcro vacío. Las mujeres comprenden entonces que, contrariamente al vacío de la nada y de
la muerte, hay ahora una ausencia que las atrae a la vida, una presencia que camina con ellas y les
da vida. El silencio está habitado por la Palabra. El vacío está como sostenido por una densa
presencia de aquel a quien ellas amaban y que ahora pueden seguir amando.
Junto al sepulcro, oscuro como todos los sepulcros, las mujeres ven los vestidos de los ángeles y el
Evangelio nos dice que "estos vestidos eran resplandecientes de luz". He aquí la Resurrección. A
menudo creemos que la muerte, las tinieblas, las dificultades, van a acabar con nuestros proyectos,
con nuestras expectativas, con nuestra misma esperanza. A menudo pensamos que aquello que
oscurece el horizonte oscurece todo el mundo... y que no podremos escapar. A menudo pensamos
que nuestro destino es la oscuridad y no la luz. Pero los vestidos de los ángeles que están allí nos
dicen, como en una novela de Yasmina Cadre, "lo que el día debe a la noche". La noche es el
sometimiento de Jesús a la muerte, un sometimiento del que es rescatado. Y el día es la luz de este
rescate.
Las vestiduras de los ángeles significan que le ha sido necesario atravesar la muerte para poder
someterla y entonces vivir. Ha resucitado. Algunas veces, cuando pensamos en nuestra resurrección,
pensamos que es para el mañana, para después. Parece una promesa para el futuro, y lo es en
verdad. Pero hoy, con las mujeres junto al sepulcro, es necesario creer con más fuerza todavía y de
otra manera aun más verdadera. La resurrección no es para más tarde. La resurrección, ante todo, es
la de Cristo y nuestra vida comienza con la resurrección de Cristo.
Este es el mensaje del sepulcro vacío. Nuestra vida comienza con la Resurrección de Cristo. Los
silencios que nos impiden contar nuestra historia y creer en nosotros mismos, los silencios que nos
encierran en nosotros mismos, estos silencios están habitados ahora por la vida de Cristo, que ha
resucitado de entre los muertos. Los vacíos, las angustias, las pérdidas de esperanza que jalonan
nuestra vida - porque es duro vivir- estos vacíos, de repente, son sostenidos por una presencia, la
presencia de alguien que vive y que es nuestra vida. Las oscuridades, eso que algunas veces nos
hace gemir y vacilar, las muertes, las pruebas atravesadas, lo que nos hace creer que la muerte es el
fin de todo, todo esto, en esta mañana de Pascua, es iluminado por la luz de Cristo. Sí, ha
resucitado, no está aquí, ha resucitado. ¿Dónde está? En nuestras vidas, en la vida de cada uno. En
medio de nuestros silencios y de nuestras palabras, en medio de nuestras palabras y de nuestras
oscuridades , en medio de nuestras relaciones y de nuestras soledades. El es la vida.
Para mi, decía san Pablo, la vida es Cristo. Para nosotros, en esta mañana de Pascua, la vida, es la
vida de Cristo resucitado.
¡Muy feliz fiesta de Pascua!
(Meditación de Pascua de Bruno Cadoré, Maestro de la Orden de Predicadores)

sábado, 23 de abril de 2011

22 de abril. VIERNES

La densidad y la fuerza del día de hoy me dejan sin palabras…
Tras la oración de la mañana reflexionábamos juntos alrededor del significado y el sentido de la cruz; lo hacíamos a partir de la contemplación de una obra de arte: la crucifixión blanca de Chagall.
Ha sido sobrecogedora la calidad de las experiencias compartidas; impresionante la cantidad de dimensiones y repercusiones que hemos encontrado en el madero de Cristo.  Por la tarde asistía, con un orgullo anónimo, a la celebración del “árbol de la vida” en los oficios.























Pero lo que más me ha afectado ha sido el momento en que esa todo eso ha tocado tierra; ha alcanzado nuestra realidad cotidiana en la penitencial que comenzaba al caer la noche; alguien me ha dicho la cosa más hermosa que mis oídos podían escuchar. Unas palabras bellas, que me honran….que me desafían… igual que el leño del Señor.
Todos hemos desnudado nuestras cruces ante los demás; hemos descubierto lo sencillo que era reconocernos iguales y cercanos en esa fragilidad; hemos dejado que la cruz de Jesucristo asumiera las insoportables cargas que arrastrábamos y nos liberara; Y hemos llorado, probablemente yo más que nadie; las lágrimas de cada persona eran las de todos, pero era el llanto feliz y humano, de quien se siente desbordado por la grandeza de un amor así, capaz de cargar con todos los errores, culpas, y miserias sin dejar de ser amor: libre, agradecido, regalado.
Aún tengo el corazón rendido ante el clamor de ese lloro callado ¡Cuánto necesitábamos de tu cruz Dios mío! esta noche, en toda la Tierra resuena ese grito de amor que, expirando ante lo inhumano devuelve al ser humano la capacidad de ser humanos, de amar y reconocernos.

viernes, 22 de abril de 2011

21 de abril. JUEVES

Jueves Santo intenso. El día  ha comenzado con una oración; luego, junto a todos aquellos que podían, hemos  pasado la mañana profundizando en el significado y sentido de esta fiesta: el amor fraterno, el servicio, la institución de la eucaristía, el sacerdocio, Getsemaní…
Debo confesar que me ha impresionado profundamente el nivel de lo compartido aquí en ese momento; las reflexiones y experiencias expresadas por estos hermanos y hermanas me han iluminado y enriquecido una barbaridad.
Se hablaba que el servicio al otro se presta desde la certeza de la propia identidad (“sabiendo que venía del Padre y que al Padre iba”); de cómo, al ponernos a los pies de los demás, los reconocemos y dignificamos; que el verdadero amor es lo más grande que podemos vivir, pero doloroso y problemático también…
En los oficios de la tarde hemos querido que se manifestaran esas ideas surgidas en comunidad y ha resultado una celebración preciosa: la hemos preparado entre todos, ha sido muy participada, cargada de sinceridad y realismo… me ha emocionado en varios momentos.
Luego la preparación de la cena; una comida inspirada en el ritual de la cena judía de pascua y por último la hora santa: intensa y seria.
Todo eso aliñado con la alegría de los niños, hijos de las parejas que están aquí; la abrumadora respuesta del personal y, sobre todo, la acogida y disponibilidad de las monjas… un lujazo de día, una vida celebrada en el amor de hermanos y hermanas… un reflejo del amor revolucionario y libre de Dios.
Un Dios hombre, que en esta noche cayó de bruces en medio de un olivar; que lloró lágrimas de sangre y amor; que aceptó seguir amándonos a cualquier precio y en toda circunstancia.
Quisiera ser capaz de no dormirme, de velar a su lado, de acompañar su soledad en esta noche; en todas las noches oscuras y todos los rincones olvidados del mundo… con esa aspiración, desde esa perspectiva, me despido con uno de los textos que hemos rezado juntos hoy ante el monumento:
Salmo de la Noche ( Emilio Mazariegos)
Aún tenía en los labios el sabor de la copa, y el aliento llevaba el olor del pan fresco.
Aún se oía la voz de la llamada a la amistad y tus manos estaban aún mojadas del agua del caldero.
Aún sentías el calor del amigo que se acercaba descansando su dolor y pena sobre tu pecho.
Aún llevaban tus oídos el ruido del portazo que Judas, el traidor, dio con rabia y despecho.
Aún sonaban los salmos junto a la mesa sin recoger y la última vela poco a poco se consumía en su fuego.
Era la noche. La noche del pan partido y la copa pasada de mano en mano, de boca en boca, en signo de un recuerdo.
Era la noche de la traición. Era la noche, tu noche obscura, sin luna, sin estrella. Noche en tu huerto.
Era la noche de sentirte solo en soledad y angustia. Solo ante Dios y el hombre como si fuera un reto.
Era la noche larga como un túnel sin salida, la noche, como aquella, aún más noche, de la salida del pueblo.
Era la noche de tu negra noche de abandono y tristeza al sentirte solo, solo en soledad sin apoyos, sin atuendos.
Era la noche de quedarse lejos, sin los tuyos, orando al Padre, sin perder la vista a ellos.
Era la noche, Señor del alba, Señor del hombre, donde tu rostro humano sintió la frialdad del suelo.
Señor Jesús, yo creo en ti, doliente hasta la muerte, en lucha con el trago, en lucha abierta hasta beberlo.
Yo creo en ti, sudando sangre y muerto de tristeza, temblando el corazón y lleno de dolor y miedo.
Yo creo en ti, varón de dolores, hombre entre los hombres, luchando con la muerte, porque tú eres vida en sendero para entregarla a los hombres que caminan solitarios sin saber por qué, ni para qué, ni a dónde. Solos sin remedio.
Yo creo en ti, abierto tu corazón al Padre, hecho grito pidiendo que el imposible se haga posible, se haga cierto.
Yo creo en tu corazón abierto a la voluntad del Padre, porque en tu vida su plan sobre ti es tu proyecto.
Yo creo en ti en lucha con la muerte, la condena, porque eres fiel en obediencia, como un manso cordero.
Yo creo en ti, corazón dolorido por el amor al hombre, porque tú has abierto la a puertas de tu casa al mundo entero.
Señor Jesús, quiero hacer silencio ante tu llanto y grito.
Quiero hacer silencio ante el can­sancio de tu silencio.
Quiero acercarme a ti y palpar tu cuerpo dolorido.
Quiero ponerme a tu lado y hacer oración en tu misterio.
Quiero decir contigo: Si es posible Padre, si es posible, que pase este trago, que sabe a hiel y es duro y seco.
Quiero decir contigo: Padre, que se haga tu voluntad, y no la mía. Porque tú eres, Padre, primero.
Señor Jesús, enséñame a orar la vida, orar la sangre, orar la crisis, orar en la tentación, orar que es riesgo querer beber el cáliz amargo, cuando uno solo, sin fuerzas, sin luz, sin nadie, en noche, quiere beberlo.
Señor Jesús, Señor de la noche eterna y salvadora, Señor obediente hasta la muerte, con amor sincero.
Tú eres Señor del alba, Señor de la ma­ñana, danos tu luz cuando la noche nos vuelve ciegos.

jueves, 21 de abril de 2011

20 de abril. MIÉRCOLES

¡Bueno! ¡Pues ya estamos de pascua! Aunque aún falta por llegar casi la mitad del equipo de predicación, esto ya ha comenzado.
Algunos ya estamos aquí, con mis queridas hermanas las monjas. Hemos estado cenando con ellas y después un ratito de oración, al que se han incorporado la fraternidad seglar que vive junto a este monasterio y algunas personas amigas de la comunidad.

Conforme van pasando los años, parece como que me cuesta un poco más arrancar con estas cosas, pero la verdad es que sólo con reunirme con los “viejos hermanos”, con los que han compartido conmigo tantos momentos, las aventuras más increíbles, los cambios de la vida, los pasos, el crecimiento, la risa y las lágrimas… sólo ese encuentro ya me ha encendido una chispa en el corazón.

Después hemos llegado al monasterio… mis hermanas, con la acogida y el cariño de siempre; con esa alegría profunda que me transmiten, con su apoyo y la complicidad fraterna. Ellas, las monjas dominicas, siguen siendo ese hogar común de todos los predicadores, el cariño y el apoyo, la casa de todos donde siempre encontramos la paz, el descanso y la fuerza para continuar el trabajo.
Al llegar aquí la ilusión se ha hecho fuerte.

Por último, en la oración, los rostros de las gentes que luchan por caminar en la fe, con sus golpes, su dolor, su hambre y su grandeza… ya era fuego lo que sentía por dentro.

Sólo han pasado unas horas, únicamente unos pocos kilómetros me separan de mi convento, pero ahora ya nada es igual. Ya no encuentro cansancio dentro de mí, ni desgana o falta de estímulos, sino todo lo contrario… ¿qué ha pasado?

Pues supongo que ha pasado la vida misma; los hermanos, conocidos o no, todos queridos; ha pasado el amor… ha pasado, una vez más, mi Dios.


miércoles, 20 de abril de 2011

19 de abril. MARTES

El evangelio de hoy, que nos habla de las traiciones de Judas y Pedro, a mí me ha llegado de una forma especial en este Martes Santo. Me habla de tantos y tantos momentos en los que, incluso sin quererlo, abandonamos el amor que se nos ha regalado y nos hacemos daño unos a otros.
Como Pedro, queremos seguir al Señor incondicionalmente… pero luego llega la vida y nos hace tropezar una y otra vez; nos dejamos envenenar por los demonios de la ambición o la intransigencia, como Judas.
Entonces, el canto del gallo pone en evidencia  todas esas ocasiones en la que amarramos el corazón con nuestros temores y miedo frente al diferente o lo nuevo; cuando dejamos que los corazones se nos congelen por la indolencia y la frialdad ante el sufrimiento del hermano; las veces en que se endurecen por los rencores y resentimientos;  los corazones que están cerrados por las heridas que no curaron; los que se vuelven sobre sí mismos llevados por el egoísmo y la comodidad; los vacíos ; los que están punzados por el aguijón de la violencia…
Son pequeñas traiciones al hermano, al Amor de Dios y a nosotros mismos que nos hacen sufrir cuando abrimos los ojos y nos hacemos conscientes de ello.
Pero, ni Judas ni Pedro (ni sus traiciones, ni las nuestras) son los protagonistas del relato; no pueden desviar nuestra atención frente al principal protagonista de la historia: el amor de Dios.
En medio de nuestras miserias y debilidades es donde se pone de manifiesto la Gloria de Dios, la fuerza invencible de su misericordia todopoderosa.


lunes, 18 de abril de 2011

16 de abril. LUNES

En estos días se ponen de manifiesto muchos tipos de “fe”, unas más serias, otras más inmaduras; más o menos comprometidas; las milagreras, las emocionales, las culturales, las infantiles, las estéticas…
No creo que ninguna de ellas sea mejor que otras, cada cual tiene su propio camino  y, lo natural es que existan distintos momentos en el recorrido. Lo malo es cuando la fe se estanca; se instala en una experiencia o en unos sentimientos, y deja de estar siempre abierta a crecer, a buscar la verdad, a acercarse cada vez más al Evangelio.
La Palabra es la brújula de ese trayecto, un alimento imprescindible que nos hace crecer…no podemos nunca dejar de acercarnos a ella, especialmente en estos días santos.
Pero es necesario que lo hagamos con  rigor, en otros tiempos la Iglesia no permitía que cualquiera leyera la escritura, hoy sí podemos hacerlo todos, pero no de cualquier forma, de aquí la importancia del estudio también (por eso es uno de los pilares de nuestra orden).

El estudio es una responsabilidad para todo cristiano, yo diría que hasta una obligación, pues es requisito indispensable para poder comprender lo que leemos. El estudio nos sumerge en la Palabra, para mejorar su comprensión, por una parte y por otra para darnos cuenta de lo mucho que nos falta para conocer a Dios. Sto. Tomás de Aquino, al respecto diría, al final de su vida, que todo lo que había escrito le parecía paja.
Desde el estudio, damos prueba de la madurez de nuestra fe. Pues una fe madura exige fundamentación razonable y no se contenta con consignas o con devociones superficiales o folclóricas que se manipulan con facilidad.
En este Lunes Santo, ante los misterios de la Pasión que celebramos estos días, me gustaría acabar la entrada de hoy con las palabras con las que Sto. Tomás iniciaba siempre su estudio, su escritura y su predicación:
 “concédeme Señor Dios mío inteligencia que te conozca, diligencia que te busque, sabiduría que te encuentre… tu que eres considerado verdadera fuente de la luz y principio de la sabiduría, dígnate infundir un rayo de tu claridad en las tinieblas de mi inteligencia, alejando de mi las dos clases de tinieblas con las que he nacido: la del pecado y la de la ignorancia. A ti te invoco Dios de todo consuelo, pues nada puedes ver en nosotros que sea ya un don tuyo, para que te dignes concederme, a la conclusión de mi vida, el conocimiento de la verdad primera y el goce de la majestad divina”.

domingo, 17 de abril de 2011

17 de abril. RAMOS

El otro día, pregunté a los chavales de la catequesis de post comunión que cómo entendían el domingo de ramos. Me contestaron muy bien: la entrada de Jesús en Jerusalén, donde lo recibió una muchedumbre llena de alegría.
El problema les llegó con la siguiente pregunta: “¿y donde estaba toda esa gente después? ¿Qué paso con ellos que, poco más tarde, clamaban para que fuese crucificado?”
Me respondieron algunas cosas interesantes, otras muy simpáticas. Que si la gente hace lo que le dicen, que si no te puedes fiar, que se contagiaron el entusiasmo, que se vendieron por unas perras… al final uno de ellos concluía que el caso es que la bienvenida que hoy celebramos no era muy de verdad.
Yo no diría lo mismo, me inclinaría más bien a decir que, aunque ese momento se viviera con toda la franqueza del mundo, probablemente no sabían muy bien a quien estaban recibiendo.
Casi todo el mundo creería que había llegado el momento en que el mesías iba a demostrar su poder, a expulsar al invasor y a restaurar la gloria y la dignidad de Israel… así que la decepción tuvo que ser mayúscula; “nos han engañado”, pensarían; puede que incluso se sintiesen traicionados en lo más íntimo.
Verdaderamente había llegado la hora de la verdad, el tiempo en que el Señor manifestó el poder: el del amor; en que Cristo venció definitivamente todo aquello que nos invade, nos ata y nos enmudece; cuando se evidencia la grandeza que Dios regala al ser humano… pero eso es más difícil de entender.
Debe serlo, porque a menudo hoy, nos sigue pasando lo mismo; proyectamos sobre Dios nuestros deseos, lo que creemos que necesitamos, y nos sentimos defraudados cuando nuestro Padre-Madre no actúa según nuestras expectativas.

Por eso las palmas y los ramos de este dibujo están salpicadas de coronas (expresión del poder y el reconocimiento que anhelamos) frutos  de la abundancia  y diamantes de la riqueza y el bienestar); mientras que Jesús viste pobre y aparece roto, entregado al servicio.
Lo grande, lo hermoso es cambiar de perspectiva y tratar de comprender, recibir al verdadero Jesucristo. En cada pasaje de la pasión, encontramos una invitación, un desafío… la posibilidad de vivir una Semana Santa viva, en la que cada uno puede ser protagonista y no meros observadores pasivos. Esas son las verdaderas palmas, la verdadera alegría que hoy nos inunda.
Lo apasionante de  partirse, de darse con toda la libertad posible… de ofrecer la vida entera y hasta el final, de confiar en que estamos en manos de Dios y que nada ni nadie podrá terminar con eso.
Feliz, activa y santa Semana.

sábado, 16 de abril de 2011

16 de abril. BRILLANTE

He pasado el día de hoy de retiro con mi grupo de matrimonios y, a pesar del cansancio que ya traigo acumulado de estas semanas atrás, he llegado al convento muy en paz y contento por dentro.
Pienso esta noche en lo conveniente que es, para todos,  tener cerca a gente buena, que te estimule y te oriente. Estar al lado de quien nos necesita, desde luego, pero que –a un nivel íntimo, no falten en tu entorno, esas vidas y testimonios  que te muestran, con su propio ejemplo, el camino de Dios y la Verdad.






































Pensaba que estas parejas saben cómo tratar a un cura, lo saben muy bien. No me refiero a lo bien que se portan o a lo generosos que son conmigo (que lo son y mucho), ni a que te pongan “un mantel en el campo” (;)) sino a que conocen desde hace tiempo y en profundidad nuestra vida  y realidad y actúan en consecuencia. Con ellos, siento intensamente el reconocimiento, la valoración y el respeto (bien entendido, como base del amor) que tantas veces brilla por su ausencia; pero además me entusiasma el apoyo que recibo de ellos en mis inseguridades, la fuerza que me transmiten, el cariño, lo mucho que me enseñan, el ejemplo que me dan…
En otras ocasiones ya he comentado que, a veces, uno tiene la sensación de que la gente te exige y te absorbe, que parece que a uno le salen las predicaciones solas, que no se dan cuenta del cariño y el trabajo que hay detrás de cada charlita o celebración… que te dejan solo… y eso, a la larga, te va consumiendo.
No sé si es algo que le ocurrirá a todos los sacerdotes, pero a mí, cuando comparto con alguien que sabe que soy humano (más bien débil), que no solo quiere “llevarse” sino que también te da, me entra una alegría que me recarga las pilas y me alimenta el espíritu (además del cuerpo, porque estos ¡¡¡me ceban!!!).
Luego es muy fácil criticar si tal cura es un amargado o un sieso, pero yo siento pena al pensar que, cuando la vocación de alguien termina así, puede que todos tengamos parte de culpa…  No me cansaré de repetir que los curas y los consagrados no somos super-hombres ni mujeres-maravilla; que sí, hemos optado por una vida de servicio, pero que también necesitamos que se nos cuide, como cualquiera; que nos hace falta el afecto y la estimación de nuestras comunidades, su fraternidad, para que nuestra opción no pierda el brillo de Dios. Una luz que sólo puede brillar ante el mundo desde la unidad, nunca en plan franco tirador
Esta noche me siento rebosante de ese resplandor, como si tuviese el hábito recién estrenado, y mi corazón susurra al cielo y a la tierra un “gracias” lleno de paz.