lunes, 14 de marzo de 2011

13 de marzo. SER

Estoy en una de las ciudades más bonitas que conozco; en un convento imponente y cargado de historia; en un ámbito cuajado de experiencias, rostros, momentos…recuerdos…
Al revés que ayer, hoy se me agolpan las ideas que me gustaría compartir; se me amontonan los sentimientos y las reflexiones que estos me suscitan.
Podría dar gracias de nuevo por lo vivido… de lo que se me remueve por dentro cuando vengo a Castilla, tierra de mis mayores; de lo que siento cuando llego a esta ciudad; hablar de la fraterna acogida que me han ofrecido mis hermanos de aquí; de mis timideces cuando salgo de lo conocido; de la inquietud que me genera “volver a las aulas”; del constante recuerdo de mi parroquia y lo que estoy sobrecargando a mis hermanos por estar aquí… multitud de cosas que me apetece y necesitaría compartir y expresar, pero me temo que –si diera rienda suelta a ese deseo- yo no dormiría esta noche y sí lo haría el que intentase leerme.
Si tengo que destacar una es que hoy me siento  especialmente fraile, intensamente dominico.
Mi horizonte cotidiano se ha ensanchado y he itinerado por los caminos, desde la ventanilla del autobús, oliendo la mano del Señor, en los cielos atormentados, en las tierras sobrias de esta parte del país.

Llego a esta ciudad, protagonista de nuestra historia, desde la que tantos hermanos han ofrecido algunos de los más hermosos aportes a  humanidad; a este convento en el que, un buen día, Dios me atrapó para siempre con una sonrisa. Llamo a la puerta de esta casa grande; pobre, sin mucho que ofrecer, he venido a aprender, a estudiar, a buscar con ellos; a compartir unos días la vida y la oración con esta comunidad… y mis hermanos me reciben con un abrazo cálido y sincero, para ayudarme a hacer de mi vida, de la nuestra, una predicación significativa de la alegría de Jesucristo.
Me siento a gusto, muy cómodo aquí, con ellos… pienso en esta noche en lo importante que es, para todos nosotros, el  buscar los medios, las circunstancias, los tiempos que nos ayuden a no olvidar quienes somos, nuestra identidad.
Porque la vida si no se nos impone con sus urgencias, sus intensidades, su rutina y acabamos “acostumbrados”, pensando que ya sabemos y dominamos lo de ser curas, religiosos, maridos, padres, hijos, hermanos, amigos… ¡creyentes! y entonces, dejamos de ser “uno mismo” para ser “uno más”.
La cuaresma es el tiempo privilegiado para eso, para descubrir que somos únicos, que también lo es la vocación a la que Dios nos invita; para conocer la verdad de nuestro corazón… para ser lo que de verdad somos.

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