La fiesta de hoy, la ascensión, es tan extraña como llena de belleza… es un un “adiós” y un “permanezco”; un “me voy” y “vengo”; un embobarse mirando al cielo que nos empuja a la Tierra y a la humanidad.
Jesús, vuelve al Padre y al hacerlo, se absolutiza en el amor; a partir de ese momento no hay momento ni circunstancia en que el ser humano no cuente con Él, con su presencia, su fuerza, su apoyo y consuelo.
Es raro en principio, sí, pero en el fondo es como todas las cosas de Dios: perder la vida para ganarla, ser el último para ser el primero, un Señor que sirve; morir para vivir; un Dios que se hace niño…. Aunque eso, que sea habitual en nuestro Dios, no hace que para nosotros sea menos raro, la verdad… no terminamos de ponernos en su sintonía, de manejar sus herramientas, de sentir como Él.
Seguramente por eso, esto de intentar vivir el Evangelio, hoy sigue siendo una cosa de locos. Embarcarse sin terminar de entender y tratar de darlo todo por aquello por lo que ninguna persona cuerda daría ni un céntimo... nos acaba haciendo raros también a nosotros, los creyentes.
Las lecturas de esta fiesta nos decían que Él va por delante, primero la cabeza y después todo el cuerpo; que su destino es el nuestro, que todos seremos glorificados con Él. Yo no quiero que me asuste o preocupe que alguien piense que no estoy bien de la cabeza o que soy un “freaky”, cuanto más locos parezcamos, seguramente será porque estaremos más cerca de Jesús, el escándalo, la necedad y la locura de Dios, la del amor.
La locura de Dios,la locura de la Cruz,la locura del Amor. ¡Dichosos los locos cuando su locura es ... AMOR!.
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