Cuando era pequeño, iba por obligación, con llegar antes del Evangelio era suficiente; en la adolescencia empecé sólo a entender y comencé a acudir por placer y necesidad, eso sí, siempre que existiese una de las dos condiciones; ya en mi juventud, conocí el carisma dominicano y con las predicaciones de aquellos frailes creció mi fascinación por la eucaristía. Después he estudiado por arriba y por abajo su estructura, su teología, las fundamentaciones…
Sin embargo, y aunque pueda parecer una barbaridad, creo que no he entendido de la misa a la media (¡nunca mejor dicho!) hasta que no me ordené. No porque el sacramento del orden hiciese un milagro en mí y me abriera la mente, sino sencillamente, porque me temo que hasta ese momento, nunca había prestado verdadera atención a todo, a cada palabra, a cada gesto; nunca me había parado a reflexionar sentidos, lógicas…. Y ahora lo hago continuamente, no puedo pretender celebrar ni compartir lo que no comprendo ni yo mismo, así que en cada frase me planteo ¿Qué dice? ¿qué quiere decir? ¿Qué venía delante de ella y qué vendrá detrás? ¿por qué está situada precisamente ahí y no en otro sitio….?
Y la verdad es que hasta ese momento, después de infinidad de eucaristías en mi vida, no he empezado a saborearlas de verdad, a sobrecogerme ante la grandeza de ese don, a valorarlo y acogerlo como lo que es.
No deja de ser una pena; si mañana abriesen en todos los barrios un negocio que vendiese milagros verdaderos, seguro que estarían todas las tiendas a reventar, por muy caros que fuesen esos milagros… Los cristianos lo tenemos ya, sólo que no es un negocio, que los milagros son regalados, pero no nos enteramos porque están cubiertos por muchas capas de incomprensión, vulgarización y aburrimiento.
Es una tontada aquello de llegar antes del evangelio o que la consagración es el momento culminante de la misa…toda la celebración es una, todo en ella es igual de importante porque sin cualquiera de una de sus partes, de la más breve, todo lo demás pierde el sentido…. Incluso que no tiene sentido ninguno plantearse las celebraciones en clave del “¿me sirve?, ¿esta misa cuenta o no?”
Todo en la eucaristía es una unidad, una maravillosa continuidad, armonía inseparable; como lo son igualmente la vida del Señor, sus gestos del jueves, la cruz y la resurrección; como lo debe ser también nuestra participación en el sacramento y nuestra vida cotidiana.
En días como hoy se da uno cuenta de muchas cosas que no hemos entendido bien, que nos las estamos perdiendo… respetando al cien por cien todas las sensibilidades y circunstancias de cada cual, Cristo no se hace pan y vino para recibir inciensos, no es cuerpo y sangre para ser paseado en procesión por las calles; no parte y reparte íntegramente todo lo que es para que nosotros después lo extrapolemos y cubramos de oro y plata.
Cuando reconociendo nuestra propia condición y necesidad de Dios, vivimos su Palabra o tratamos de hacerlo juntos en fraternidad sincera; compartiendo todo lo que tenemos y somos; poniendo nuestras vidas en sus manos y partiéndolas y ofreciéndolas al reino (todo en perfecta continuidad y armonía) entonces es cuando hacemos esto en conmemoración suya….
Por eso la misa no es volver a vivir, ni un recuerdo o una repetición, sino una actualización de la entrega de Cristo en cada uno de nosotros, en la comunidad eclesial entera y es así que, como ya ocurrió en aquellos días Santos de Jerusalem, Dios acoge en su corazón esa ofrenda sincera de amor y nos la devuelve transformada, divinizada, plena, infinita…. Hecha resurrección, alimento de vida y salvación.
Y no es cuestión de magia, ni de filosofías de la sustancia, la forma y el no sé qué… sólo es una cuestión de Amor, del que vivió y entregó Jesús. Por Él, con Él y en Él se hace realidad este milagro.
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