La experiencia me confirma una y otra vez que mi Dios siempre cumple, que lo que dice lo hace. Después de una temporada más “floja”, los trabajos se van resolviendo y la tensión se está suavizando.
Durante estos días de encierro me he volcado en la oración, he rogado al Señor que aplacara mis nervios, que me iluminara para descubrir su paz en mi corazón; su calor en la soledad; que sostuviera las fuerzas y el ánimo que flaqueaban.
Y ya empiezo a ver la luz en medio de la oscuridad, el resplandor del “esposo” que llega iluminando la noche…o mejor dicho, que siempre estuvo ahí. Eran mis párpados cansados que, al cerrarse, me sumían en las tinieblas…. Pero claro, me doy cuenta ahora, cuando empiezo a sentir el calor de su mano junto a la mía, el suave y firme abrazo que me rodea, el cielo en su mirada.
Ya lo sabía, incluso en la ceguera lo sabía, lo he aprendido en muchas ocasiones parecidas en el pasado. Esa certeza en medio de la sequedad, de la aparente distancia, de mi frío interior, es la que me ha ayudado a no desfallecer, a continuar, a seguir esforzándome por ponerle a todo lo que hago y soy la mejor de mis sonrisas…
Quisiera saber cómo poder transmitir esa confianza a todo aquél que lo pasa mal, que sufre, que está agotado o tiene miedo; encontrar una forma eficaz de anunciarles que siempre llega un nuevo amanecer… un nuevo Sol que nace sobre buenos y malos y que, aunque cotidiano, cada vez es completamente extra-ordinario.
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