Hoy he celebrado mi santo, también el de mi padre… ¡evidentemente me llamo como él!
A lo largo del año me felicitan muchas veces en días equivocados porque hay muchos santos con los que comparto el nombre. Llegó un momento en que me cuestionó el porqué de esa abundancia de santos que se llamaban igual. Lo primero que pensé fue que posiblemente todos los que nos llamábamos así éramos muy buenos…jejejeje.
Mirándome a mí mismo encontraba el fallo evidente de esa respuesta, así que investigué un poco y encontré una razón más convincente y mucho más bonita.
Parece ser que, en tiempos de las persecuciones del imperio romano a los cristianos, había muchos mártires de los que no se conocía el nombre, así que se les recordaba como “felices en Cristo” (y de ahí viene mi nombre)
Me encantó el descubrimiento, me complace muchísimo llamarme igual que un santo anónimo. Me gusta mucho más ese concepto de santidad, el del que encuentra su plenitud en Dios en lo cotidiano, en los escondido…sin necesidad de grandes fortunas, influencias eclesiales, multitudes ni milagros extraordinarios.
Estoy convencido de haberme cruzado en esta vida con muchas de esas personas santas y anónimas, que encuentran y dan felicidad en el señor; que lo hacen como aquéllos mártires antiguos: entregando su vida a Dios, de golpe en un momento decisivo o cotidianamente, en el día a día, en lo secreto.
Por eso mi dibujo de hoy es un mártir. Vestido de la sangre y esperanza; de la vida que se da y de lo que se encuentra; atravesado por el azul del cielo, con las espirales de la vida y sus vueltas inexplicables.
Sangre y vida que dan fruto; que es testimonio de Cristo, de su entrega y servicio cotidianos, de su cruz, del Espíritu del amor, de Dios… sangre y vida que son luz ante cualquier atadura, injusticia, violencia o miedo.
Cada día me gusta más el nombre que mis padres me regalaron, el de un santo desconocido que, en su anonimato es el mejor ejemplo de fe que se puede ofrecer.
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