El miércoles es el día que mis
hermanos y yo dedicamos a la comunidad; nos reunimos y generalmente compartimos
la Palabra de Dios; la rezamos y preparamos juntos nuestra predicación, para mí
es uno de los momentos más bonitos de la semana porque es como si ahí, en ese
ratillo juntos, se concentrara toda nuestra vida y vocación.
Tras las fiestas de navidad, estoy pensando mucho precisamente en eso… en
la forma en la que, la llamada que Dios me ha regalado, se ve llena de la luz
del niño de Belén; en el modo en que ésta se renueva tras la contemplación de
ese gran misterio. Estoy convencido de que es así, aunque aún no sé cómo se va
a concretar esta certeza.
De momento, sí estoy advirtiendo
un montón de nuevas energías, así como numerosos proyectos e ideas que se me
ocurren y queme ilusionaría realizar… pero poco más por ahora; así que, aunque sea más bien poco, lo voy
poniendo todo en sus manos. También eran
una insignificancia los pocos panes y peces que un muchacho ofreció para
alimentar a la multitud y, sin embargo, al servicio del maestro fue más que
suficiente para saciar a todos.
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