Durante todos estos días, las
lecturas de la eucaristía están haciendo referencia al Evangelio del domingo:
las bodas de Caná. El lunes y hoy también, llegaban a Jesús preguntándole “¿cómo
es que tus discípulos…?” ¿Cómo es que el Maestro no enseña lo de siempre, lo
acostumbrado, lo que es de esperar? Todas nos hablan de la novedad de
Jesucristo, el vino nuevo y bueno, el que realmente nos trae el amor y la
alegría; la plenitud y la verdad que causa escándalo en unos, extrañeza en otros o, como poco, cuestiona a quienes lo
contemplan.
La fe de los fariseos pretende
regular la realidad; los que no pueden, no saben o no quieren encajar en ese
molde producen miedo y desconfianza;
quienes son diferentes, los que sienten de otra manera o se equivocaron en el
pasado son estigmatizados y apartados de la religión… Jesús no lo hace así, sus
enseñanzas nos muestran todo lo contrario.
Y yo me pregunto si mi vida, si
mis opciones creyentes causan el mismo efecto o, por el contrario vivo una
opción acomodada y corriente… porque quiero estar por encima de todos los
convencionalismos, como también lo está la propia existencia o el mismo amor.
La realidad, tarde o temprano, nos pone en situaciones que nunca pudimos
sospechar; cuando amamos tenemos que aceptar lo que no esperábamos; el Espíritu
se mueve libre por encima de las reglas y los preceptos que las personas, las
sociedades o las religiones establecen.
Estamos en medio de la semana de
oración por la unidad de los cristianos; durante siete días presentamos unas
intenciones que han de comprometer nuestra vida y opciones… pero ¿qué pedimos?
Si lo que requerimos es que los seguidores de Jesús de otras confesiones
renuncien a la identidad que han desarrollado con el tiempo y vuelvan a nuestra
verdad; si pensamos que el camino de la unidad pasa por suprimir las
particularidades y la diversidad de los cristianos para que todos sean como yo…
vamos por mal camino.
En mi opinión, la unidad pasa
necesariamente por el reconocimiento y la aceptación mutua; que, aunque nos
organicemos de formas distintas, nuestra fe tenga múltiples matices o tengamos diferentes pastores, nos hagamos
conscientes de que todos seguimos a un mismo Señor y somos hermanos en un mismo
Padre, unidos por el mismo espíritu y el mismo amor.
Los cristianos debemos trabajar por estar unidos, no sólo entre nosotros, sino también a toda la humanidad; y si queremos eso, tendremos que empezar a pensar en dejar la dinámica de las autoridades que no se ganan con respeto sino que se imponen; en discursos hirientes que ofenden al diferente; en condenas, juicios y prohibiciones… porque ese no es el lenguaje del amor…no es el lenguaje de Dios.
Los cristianos debemos trabajar por estar unidos, no sólo entre nosotros, sino también a toda la humanidad; y si queremos eso, tendremos que empezar a pensar en dejar la dinámica de las autoridades que no se ganan con respeto sino que se imponen; en discursos hirientes que ofenden al diferente; en condenas, juicios y prohibiciones… porque ese no es el lenguaje del amor…no es el lenguaje de Dios.
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