Esta tarde, reflexionábamos en la
eucaristía acerca de la voluntad de Dios. Decíamos que es cierto que a veces se
hace complicado; que nos encontramos en encrucijadas difíciles, en las que
entran en juego multitud de factores complejos, que no nos permiten ver con claridad
por dónde va esa voluntad del Padre; pero reconocíamos también que en general
no es así, que en lo habitual sí sabemos lo que Él quiere para nosotros, en el
fondo conocemos de sobra cómo quiere Dios que nos relacionemos unos con otros y
lo que desea que hagamos con los dones y bienes que están en nuestras manos.
En uno y otro caso es necesario
rezar. En las primeras situaciones, las complejas: para encontrar luz, una
pista que nos oriente, claridad para vernos a nosotros mismos y depurar los
motivos que nos mueven, paciencia para no precipitarnos…
En lo cotidiano para recibir la
fuerza para superar los miedos, los rencores, los egoísmos, los complejos e
inseguridades…para volver a casa después de cada traición y caída; para
perseverar y no rendirnos, para no dejar nunca de esforzarnos y continuar
soñando…
Porque en hacer esa voluntad
divina está nuestra felicidad, la de la humanidad entera ¿qué otra cosa puede
querer Dios?
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