No quiero que se me pasen estos
días sin dedicarle una reflexión a uno de los personajes más importantes y más
olvidados de la Navidad. El pobre de San José, a lo largo de la historia no ha
disfrutado de la proyección de las necesidades, los ideales y los deseos humanos; no le hemos ido colgando dignidades y
gracias a eso, hoy su figura se mantiene en un estado muy puro, cercano al
original: anónimo, sencillo, pobre…
Tengo debilidad por San José; por
ese hombre que supo sobreponerse a la decepción y al orgullo herido de saber
que su mujer estaba en cinta antes de tiempo; un judío justo al que, a pesar de
haber tomado una decisión más que generosa y llena de misericordia, Dios le
pide aún más: que no sea únicamente una buena persona, sino que vaya más allá
de lo bueno, lo justo o lo razonable. Un padre que debe tomar decisiones difíciles,
que tiene que hacerse cargo de una familia perseguida, migrante, marginal… Un
José que cumple su misión, esencial en el plan de Dios y después desaparece de
escena sin estridencias, sin aplausos ni protagonismos; un creyente que siempre
actúa guiado por su Señor.
Y me gusta especialmente por el
modo en que él escucha esa palabra de Dios, porque ¡lo encuentro tan cerca de
nuestra realidad humana! A él la voluntad divina no le llega de forma evidente,
con apariciones impresionantes que se impongan a la razón; a San José se le
habla en sueños… en ese estado de duerme-vela en el que se puede oír con
suficiente claridad pero que también puede cargarse de dudas a la mañana
siguiente: ¿era Dios de verdad el que se ha dirigido a mi o seré yo mismo, mis
imaginaciones, mis propios deseos los que hablaban?
Pienso que así, es como Dios se
suele relacionar con nosotros habitualmente, sin forzarnos, sin imponernos
nada, susurrando palabras de amor en medio de nuestros sueños… permitiéndonos incluso
la comodidad de no hacer caso, de creer que no ha sido realidad, de seguir
instalados en la comodidad y dejar las cosas como están, pensando que todo ha
sido fantasía.
Pero José de Nazaret no, él si
sabe escuchar, seguir la intuición de la fe, arriesgarse; él se deja asombrar
por las maravillas del cielo para que estas también se hagan realidad aquí, en
la Tierra.
¿y nosotros?
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