Ayer quedé para cenar con un grupillo de gente, que ya está en torno a los treinta años, y que hace años solían participar de las actividades que organizamos en la Orden para los jóvenes.
Lo pasé muy bien recordando con ellos los viejos tiempos y el sin fín de anécdotas que hemos protagonizado; el caso es que hoy me ha dado por pensar en que ya son muchísimos los jóvenes que se han cruzado en mi camino, que un día se acercaron a la Orden.
Unos venían equivocados, o más perdidos que el barco del arroz; otros cargados de prejuicios y, algunos conscientes de lo que buscaban.
Con la llegada de cada uno se me ha encendido y se me enciende la ilusión; todos me han llenado con sus inquietudes y yo me he volcado feliz en ellos, he intentado transmitirles mi sed, la belleza y la alegría de mi Dios; el placer de ser Iglesia.
Hoy algunos de ellos siguen aquí, son laicos dominicos y trabajamos y vivimos juntos, codo a codo; pero otros no… gente buena que decidió buscar por otros derroteros y vivir otras cosas…
Lo peor es que, muchas de esas rupturas tuvieron su origen en tonterías juveniles; en hormonas alborotadas y encontronazos afectivos, o en la miseria que todos tenemos.
Ayer una chica, noble y buena, que ahora dice no sentirse parte de la Iglesia, me decía que nada de lo vivido, sufrido, trabajado y disfrutado con ellos caía en saco roto; que todos ellos habían aprendido cosas importantes a nuestro lado.
Yo, (y me temo que no sé explicarlo muy bien porque, como decía al comienzo, es un sentimiento ambiguo) a la vez que me enorgullezco de ellos, de haberlos tenido en mi vida; no tengo más remedio que respetar su libertad y verlos alejarse de Dios con el alma partida en dos…
Junto a la inmensa alegría de ver que algunos de “mis niños” se convierten en cristianos serios y maduros, y de pensar que el Señor se valió de mi pobreza para tocar una parte de lo que son; también se presentan con fuerza el dolor y la impotencia que me suscitan los que se pasan de largo la fuente de la verdadera felicidad. Supongo que son las dos caras de una misma moneda, la de la predicación...
Ante estas personas, hermanos queridos pese a todo, sólo me queda la oración y confiar en que Dios, en la inmensidad y el misterio de su amor, vuelva a encontrar un resquicio por el que volver a colarse en sus jóvenes vidas.
Ese sentimiento que tienes con estos chicos lo he sentido yo con mis hijos. Hay una etapa en sus vidas que ellos llaman crisis o no se que...pero al final se dan cuenta que el verdadero camino es seguir a Jesús de Nazaret y no pueden dejar atrás aquello que les marcó su vida.A veces me sentí mal, creía que no lo había hecho bien.Hoy están casados y luchan por ser mejores cada día.
ResponderEliminar¡Qué pena da eso! pero yo pienso que en su interior queda algo que está latente, que no está muerto sino dormido y que, en algún momento y, por circunstancias de la vida, puede despertar. Que así sea para muchos jóvenes que hemos visto alejarse del Dios Padre y Madre a pesar de haber estado muy cerca de Él. Yo confío mucho en la oración.....
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