3 de septiembre. COMO PEZ EN EL AGUA

Hoy me han visitado mis primos con unos amigos de Italia, tengo que reconocer que soy un apasionado de ese país, de su gastronomía, de su gente y sus ciudades, así que me lo he pasado estupendamente con ellos.

Es cierto que el italiano y el español son lenguas muy similares, pero la verdad es que los diferentes lenguajes no han supuesto ningún obstáculo para que nos comunicáramos y divirtiésemos juntos.

El ratillo con ellos me ha hecho pensar otra vez en la reciente experiencia de Madrid, en lo asombrosas que han sido todas las actividades que se han ofrecido a los jóvenes, dentro de mi Orden y fuera de ella y en que todas ellas han sido posibles porque muchas personas diferentes se han dedicado a ello. Verdaderamente es impresionante lo que somos capaces de hacer cuando superamos las antipatías, los prejuicios, los intereses personales… cuando conseguimos ponernos de acuerdo y ¡trabajamos juntos!

Obviamente tenemos que reforzarnos en nuestra diferencia, en la propia identidad, en las convicciones y los matices con los que cada cual se relaciona con Dios, pero no para encerrarnos en ello sino para proyectarnos hacia fuera. Saber quién soy, estar convencido y orgulloso pero no para tirarnos los trastos unos a otros sino para poder encontrarnos sin tener miedo a lo distinto.

Quizá perdemos demasiado tiempo discutiendo, peleando, matizando o discrepando dentro y fuera de la comunidad eclesial (otra vez) en lugar de centrarnos en lo único que verdaderamente nos congrega a todos.

¿Qué pasaría con este mundo nuestro, si un buen día fuésemos capaces de ponernos de acuerdo y todos priorizáramos el amor, sencillamente el amor? Más aún ¿y si tampoco hiciese falta que fuésemos todos? ¿y si sólo fuese un grupito reducido? ¿y si únicamente fuese yo? Seguro que el mundo se transformaba a mejor.